Permítanme que les diga, así en confianza, que, según mi experiencia, los escritores y poetas tienen un ego superior a la media. Si esto ha sido así en épocas anteriores, hoy en día, con el contacto directo con los lectores que proporcionan las nuevas tecnologías, es algo que queda más patente que nunca.
Hagan la prueba. Busquen a un escritor medianamente conocido en alguna red social. Muy probablemente hablarán de temas de su interés y enlazarán algún que otro artículo (seguramente de algún compañero afín), pero fundamentalmente la actividad de un escritor en redes puede resumirse en las siguientes dos actividades.
La primera, difusiones de los mensajes de sus seguidores donde les dicen que ya tienen su libro, lo que les ha gustado y cualquier comentario positivo que hagan al respecto. Los malos no, claro.
Esto, claro, contribuye al egocentrismo de las redes sociales en dos sentidos: el escritor aumenta su ego por recibir mensajes positivos, y el lector aumenta su ego porque ha visto que el escritor al que sigue difunde uno de sus mensajes. Y yo me pregunto: si ve que dicho escritor difunde todo (o casi todo) mensaje positivo que le llega, ¿se mantiene esta sensación de ser, de algún modo, especial?
La segunda, promoción. Mucha promoción. Por si en los cuatrocientos mil mensajes anteriores no se habían enterado de que ha sacado un nuevo libro que es la caña de España y usted, triste mortal que aún no ha tenido el honor de que el autor de tan magna obra difunda su mensaje positivo, aún no lo ha leído.
Estamos en un momento en el que la relación con los lectores en redes sociales cobra mucha importancia a la hora de promocionarse y, por lo que he visto, lo anterior es lo más habitual e incluso recomendado en muchos artículos sobre el tema. Esto es algo que, en mi experiencia y a la larga, acaba arruinando la imagen de dicho escritor e incluso minando el gusto o el interés por su obra, lo cual no debería ser así.
La promoción en redes sociales es un arma de doble filo, en definitiva. Por un lado, es una herramienta poderosa para conocer nuevos nombres y estar en contacto con ellos. Por otro, la forma expuesta de tener presencia en redes puede llevar al desgaste e incluso a la decepción, como ocurrió en el caso que conté en el blog hace tiempo.
Y hablar en persona con ellos, para qué. Te dirán lo ocupados que están y en lo que están trabajando para publicar luego. Porque usted, en su miserable vida de no-escritor, no recibe comentarios bonitos de sus seguidores ni hace presentaciones de libros ni va a ferias ni firma nada.
A los escritores, igual que a los músicos o a cualquier otro artista, mejor conocerlo únicamente por su obra. Esto, claro, en caso de que no queramos decepcionarnos. Y la decepción (en mi experiencia, insisto) es muy fácil de alcanzar.
Todo esto me lleva a aquella cita de Flaubert: «No hay que tocar a los ídolos, porque el polvillo dorado se queda entre las manos». Porque yo también sé parecer culto.
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