La semana del 22 al 28 de agosto, mi pareja y yo estuvimos de vacaciones en Londres. Me gusta llamar «aenturilla» a mis viajes, aunque sean dentro de España, porque salimos de nuestra zona de confort y hay muchos detalles a los que prestar atención, más aún en una gran ciudad en otro país como es el caso.
Debe tenerse en cuenta que este es el primer viaje que hago al extranjero organizado por mí, sin guías turísticos ni profesores que nos ayuden, por lo que mucho de lo que diga puede parecer obvio a algún viajero más experimentado.
Aunque no voy a poner fotos nuestras ni tomadas con nuestras cámaras (es algo que considero muy personal), quiero compartir con vosotros unas no tan breves impresiones del viaje y de la ciudad. Comenzaré con aspectos algo más nimios (el viaje, la comida…) para luego terminar con lo que vimos, que es lo verdaderamente importante.
El viaje
Por comodidad escogimos un vuelo desde el aeropuerto de Jerez y, por economía, hasta el de Stansted, aeropuerto que suele usar Ryanair. En Jerez recibimos asistencia sin ningún tipo de problema, unos trabajadores simpatiquísimos y muy atentos que nos llevaron hasta la misma puerta del avión.
Mi miedo estaba en Stansted. Había leído que es un aeropuerto muy grande sin muchas comodidades: tenía miedo de perdernos por allí y quedarnos en tierra. Cuando llegamos preguntamos si podíamos pedir asistencia y nos dijeron que sí, que bastaba con estar media hora antes de que saliera el vuelo.
Y así lo hicimos. Y nos dijeron que deberíamos haberlo contratado un día antes. Y el trato fue muy diferente al de Jerez. En primer lugar, la exigencia respecto a los líquidos nos trajo algún dolor de cabeza, pero además el trato del personal fue mucho menos amistoso.
La asistencia en los aeropuertos está pensado sobre todo para personas con movilidad reducida, así que nos fuimos detrás de un asistente que ayudaba a otro pasajero y, finalmente, llegamos con alguna cara larga pero sin problemas a nuestro avión, por lo que no hay mucha razón para quejarnos: pasamos sin dificultad por aquel hostil aeropuerto.
El dinero
Como la mayoría de lectores imagino que saben, en Reino Unido no usan el euro sino la libra esterlina, que es más cara que dicha moneda. Decidimos llevar dinero en metálico para cambiarla en las diferentes casas de cambio, ya que pagaríamos todo en común, a pesar de que la comisión que nos cobra el banco no fuera demasiado elevada.
Ya habíamos leído más o menos qué condiciones debe tener una casa de cambio para que sea recomendable, pero aún así en la primera que cambiamos nos timaron bastante. De todo aprende uno: nos pasó una vez, ya en la segunda podíamos comparar y, aunque siempre ganan algo, el cambio fue mucho más justo.
En Diario de un londinense tienen una lista de casas de cambio recomendadas que, aunque no está actualizada, puede servir como guía para saber dónde están las casas de cambio con mejores condiciones. Nuestro fallo fue que la primera casa de cambio a la que fuimos estaba bastante lejos de las que se señalan en esa lista.
La gente
No puedo comparar porque los otros viajes al extranjero que hice eran de estudios con un grupo muy grande, por lo que apenas tuve contacto directo con la gente, pero puedo decir que la gente en Londres me ha parecido extremadamente amable y servicial.
Imagino que el hecho de recibir a tantísimos turistas habrá hecho que se acostumbren a recibir preguntas cada poco tiempo. No recibimos ni una mala contestación ni una cara larga, solamente alguna persona que o no nos escuchó o nos ignoró directamente, y tuvimos muy pocos problemas con el idioma, a pesar de nuestros numerosos errores, muchos de lo cuales detectábamos nosotros mismos al terminar de hablar. No tenemos mal nivel pero nos falta mucho, y aún así nos desenvolvimos sin problemas con todo el mundo.
Y aunque no tiene que ver con el trato directo, algo que me llamó mucho la atención es que la gente cruzaba con los semáforos en rojo en cuanto no viniera un coche, o directamente se buscaba la forma de esquivar a los vehículos para atravesar la carretera. A pesar de todo esto y a excepción de una zona concreta de Londres, me llevo la impresión de que la gente vive menos apresurada que en otras grandes ciudades.
La comida
Mi pareja ya estuvo hace unos años en Londres, por lo que sabía que nuestra prioridad era evitar la comida propiamente inglesa a toda costa, como así nos confirmó un mexicano muy simpático al que preguntamos en el palacio de Kensington.
Como ya he dicho anteriormente, Londres es una ciudad muy cara por lo general pero, al ser tan grande, hay multitud de sitios a los que se puede ir para comer barato. Nosotros acabamos muy contentos por la relación calidad-precio de una franquicia de restaurantes japoneses llamada Wagamama, así como de otra llamada Food gallery y de una bocatería cuyo nombre no recuerdo. Sin embargo, los primeros días pagamos 45 y 37 libras por comidas que no eran nada del otro mundo.
Un detalle importante es saber que las bebidas son lo más caro. Nosotros optamos por pedir un primer refresco (por aquello de que tienen azúcar que viene bien para recuperarse) y luego continuar con vasos de agua del grifo. Un refresco rondaba entre 2,5 y 3 libras.
Algo que me llamó poderosamente la atención fue la cultura del comer en Londres. Yo lo resumo en que ellos no comen, ingieren alimentos. Por ejemplo, encontramos un restaurante italiano de autoservicio y vimos a la gente con los platos de pasta puestos en las piernas y comiendo en los bancos de la calle. También vimos a un hombre comiendo un bocadillo enorme esperando la cola de un autobús.
Aunque lo que vi no es suficiente para sacar conclusiones, tengo entendido que es así: ellos no se sientan tranquilamente a disfrutar de la comida y del servicio, simplemente ingieren alimentos para seguir con su vida. Prueba de esto es que muchos se sentaban a comer solos y que los sitios a los que íbamos tenían filas larguísimas de mesas en las que la gente se sentaba, comía rápidamente y se iba sin mirar siquiera quién tenía al lado.
Dicho sea de paso, echamos mucho de menos que nos pusieran una cesta con pan y picos y unas aceitunas.
El transporte
Mira esta imagen. Es el mapa del metro de Londres. Observa esa maraña de colores y de símbolos. A primera vista asusta, ¿verdad? Pues nos hemos desenvuelto divinamente.
A pesar de que el mapa del metro impresiona, al final lo único que interesa es conocer la parada más cercana al alojamiento y cómo llegar a lugar deseado. Finalmente lo que usamos fueron cinco líneas de metro y el DLR, y las paradas que nos interesaban estaban todas por la misma zona del mapa. Llegó un momento en el que ni siquiera consultábamos el mapa durante los trayectos, simplemente mirábamos qué línea o líneas teníamos que usar y en qué parada bajarnos. La completa señalización en las estaciones ayudó muchísimo, hacían que caminar entre los intrincados pasadizos del metro resultara bastante más sencillo de lo esperado.
Eso sí, al principio para revisar algunos trayectos necesitamos usar una aplicación de transportes públicos. Cuando fuimos a Madrid usamos Movim, que también está disponible para Londres, pero no permite mirar los trayectos sin conexión, por lo que en esta ocasión usamos CittyMapper. Este tipo de aplicaciones son mucho menos potentes cuando se usan sin conexión, pero aún así nos resultó de muchísima utilidad durante toda la semana.
Solo nos movimos en metro y en DLR. Los típicos taxis negros de Londres son especialmente caros (un servicio cuyos empleados necesitan saber trescientas mil rutas para entrar hay que pagarlo) y los autobuses me parecían demasiado complicados para desenvolvernos con soltura por su elevado número de líneas, ignorando el hecho de que son más lentos.
A pesar de todo, era inevitable: nos equivocamos. Una vez. Cogimos una línea con un destino diferente al que queríamos. Por suerte solo nos pasamos una parada, y debido a la frecuencia de los trenes, en poco tiempo estuvimos en el punto de partido y llegamos a nuestro destino.
Novatadas
Dado que es el primer viaje al extranjero que organizo por mi cuenta, he pagado bastantes novatadas. La expresión coloquial viene muy bien porque, efectivamente, me han costado el dinero.
La primera de ella y la que me causó un disgusto fue adquirir el London Pass por tres días. El London Pass es un pase turístico que incluye entrada a multitud de sitios culturales, algún tuor y ofertas especiales que en un primer momento me llamó mucho la atención. El problema viene cuando en un lugar cultural echas toda una mañana y no te da tiempo a ver un segundo para amortizarlo y te sale más a cuenta pagar las entradas individualmente. En Londres los edificios históricos están cerrados a las cinco y media como muy tarde, por lo que ver dos en un mismo día es una tarea muy complicada.
La única ventaja de haberlo comprado, algo que tampoco hay que despreciar, es la entrada rápida en algunos lugares. La única forma de amortizarlo habría sido usar alguna de las ofertas especiales que incluye, pero ninguna nos interesaba lo suficiente, más aún sabiendo lo caro que es todo en Londres. Por otro lado, el London Pass no incluye dos de las atracciones que más me interesaban como el London Eye y la catedral de San Pablo.
Algo que podíamos haber evitado con un poco más de información es pagar demasiado por la comida. Como ya he contado, hemos pagado hasta 45 libras por dos hamburguesas (de calidad, eso sí) y tres bebidas. Encontramos buenos sitios para comer a partir del tercer día: en Wagamama pagamos unas 25 libras y el último día almorzamos por 15 y cenamos por 7.
Como último punto quiero destacar el alojamiento, aunque en nuestro caso es de mucho menos importante que lo anterior. Lo fundamental es tener claro que los hoteles en Londres son bastante peores que los de España; el nuestro tenía cuatro estrellas y aquí sería comparable a uno de dos. El nuestro salió económico y el servicio estuvo muy bien, pero aún así la diferencia es notable.
La única queja que podríamos tener, y la haríamos con la boca pequeña, es que nuestro hotel estaba a las afueras del centro. En nuestro caso nos bastó aproximadamente una hora en metro para llegar a muchos lugares que queríamos visitar, pero si no se tiene cuidado y el alojamiento está más lejos, el tiempo puede ser bastante mayor. Por la mañana no se nota, pero tras un día ajetreado se agradece un alojamiento más cercano. Por suerte nuestro hotel estaba a ocho minutos de una parada de DLR.
Los lugares que visitamos
Después de haberos contado todos estos aspectos introductorios, paso ya a lo que me parece más importante. Las visitas las comenzamos el segundo día porque el primero fue bajar del avión, llegar al alojamiento y buscar un sitio para cenar una pizza con la que me ardió la boca. Lo recuerdo y todavía me salen los lagrimones. «It’s a little spicy», nos dijo el camarero. «A little». Ya, claro.
El primer día nos sirvió para tener un primer contacto con el metro, por lo que el segundo pudimos llegar al Palacio de Buckingham sin mayores problemas después de hacer una parada por Trafalgar Square. Aquí no pudimos entrar pero nos sirvió para ver el célebre cambio de la guardia, aunque por algún motivo se hizo en varias partes y no por seguido, y para hacernos fotos con la portada y alguno de los laterales.
La abadía de Wesminster me pareció fascinante. El lugar donde se casan los miembros de la realiza y donde están muchas tumbas de la Familia Real, así como la de muchos escritores conocidos y memorandos de algunos otros. Pudimos hacer la visita con una audioguía en español que nos explicó algunos de los entresijos del lugar, verdaderamente interesante.
La torre de Londres, sin embargo, me pareció algo menos interesante a pesar de su impetuosidad. También pudimos disponer de una audioguía en español, había cinco rutas por hacer y muchos lugares que visitar, pero en un momento dado me pareció que todo estaba relacionado con Ana Bolena por la cantidad de veces que salió su nombre, y el lugar fue perdiendo interés a medida que avanzábamos en él.
Otro lugar histórico que visitamos fue el palacio de Kensington, residencia de muchos miembros de la realiza. En esta ocasión no había audioguía en español, pero en uno de los recorridos una trabajadora muy simpática que resultó ser de Cataluña nos explicó muchos detalles interesantes del lugar y de la historia de la familia real inglesa. Aunque por lo que me han dicho es menos impetuoso que Hampton Court o Windsor, es un sitio con mucho encanto.
El último lugar cultural que visitamos, el más especial para mí y de una naturaleza muy diferente a los anteriores, fue la reciente reconstrucción del teatro Globe de Shakespeare. Pudimos disfrutar de un pequeño tour por el interior del teatro y de una exposición donde se nos contaban datos sobre el Londres en la época del autor y numerosos detalles sobre el teatro. En la tienda no pude resistir la tentación y compré una representación para poder ver ese magnífico teatro cada vez que quiera.
Uno de los días lo culminamos con el London Eye, la imponente noria a orillas del Támesis cuyo recorrido dura media hora y desde la que se puede ver todo Londres. Subimos de día y nos bajamos de noche, por lo que disfrutamos de unas vistas preciosas.
Las entradas del London Eye las teníamos compradas con antelación, pero el resto de días no teníamos nada proyectado tras las visitas culturales, por la que fuimos a diferentes lugares. Este fue el caso de Oxford Street, una calle larguísima repleta de tiendas de todo tipo. Dado que las imágenes del estilo de esta calle las tengo asociadas a Estados Unidos, parecía que hubiéramos entrado en Los Ángeles por la publicidad en las esquinas y tantísima tienda de marcas caras.
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