Me rompí

Después de estar toda la navidad pensando en que el 8 de enero tenía que volver al trabajo, llegó el día. Impartí una hora de clase, llegó el recreo y me rompí.

«Tengo que preparar los trabajos, tengo que preparar el calendario, tengo que preparar tutorías, tengo que, tengo que, tengo que…». Palpitaciones, hiperventilación, opresión en el pecho. Me fui al médico, pedí la baja y hasta hoy. 

Esa misma semana empecé con el psicólogo porque me dio otro ataque parecido con un tema que no tenía nada que ver con el trabajo. 

Un poco de historia

Este sería mi décimo curso como docente de educación secundaria, y en el blog ya he expresado varias veces mi cansancio. En 2021 escribí Tengo una relación de amor-odio con mi trabajo, y a finales de 2023, Agotado

De hecho, el blog es una prueba muy clara de la relación que tengo con el trabajo. No empecé a hablar de educación o de docencia de forma más o menos activa hasta 2017, en el tercer curso de mi carrera. Esta ausencia de escritos al respecto me parece, cuanto menos, curiosa. Y si miramos lo escrito desde entonces, siempre hay una pátina de insatisfacción profesional. 

Aunque casi siempre hago un repaso a finales de diciembre, mis años realmente empiezan en septiembre y cuento mi vida en cursos académicos. Si echo la vista atrás y pienso en mis años tras la carrera, con lo que me quedo es con lo siguiente: 

  • Curso 12-13. Máster de profesorado en educación secundaria. Un curso estresante por la cantidad de trabajos sin finalidad clara. Poco después de terminarlo ya me costaba recordar aprendizajes que me resultaran útiles para mi día a día en el aula.
  • Curso 13-14. Oposiciones. Las preparé en ocho meses y tuve la sensación de que no me merecía la plaza por haberla conseguido en el turno de discapacidad. Me costó muchos años convencerme de lo contrario.
  • Curso 14-15. Funcionario en prácticas. Tutor de un primero de ESO (estaba yo más perdido que los chicos), profesor de un grupo complicado, curso de prácticas, visita de la inspectora (que vino dos veces porque no le gustó mi primera sesión), la única compañera que me podía haber ayudado se dio de baja el primer trimestre.
  • Curso 15-16. Cambio de localidad, decido independizarme. La casa resulta ser horrible (me vi una mañana con las persianas totalmente rotas). Doy clase a cuatro niveles con una directiva muy estricta.
  • Curso 16-17. Otro cambio de localidad, otro alquiler horrible, trabajo con horario partido entre mañana y tarde, otra directiva agobiante.
  • Cursos 17-18 y 18-19. Vuelvo al instituto donde estuve de prácticas (el mejor hasta entonces). Doy clase a dos o tres niveles y las casas de alquiler fueron decentes (sobre todo la segunda). Podría decir que fueron buenos cursos.
  • Curso 19-20. Mismo instituto. Confinamiento en marzo de 2020, solo recuerdo estrés.
  • Curso 20-21. La localidad más lejana, mascarilla, cierres perimetrales, cuatro niveles. Aún hoy me pregunto cómo hice tantas cosas en el trabajo. Hice un repaso en el blog.
  • Cursos 21-22. Nuevo destino definitivo, en otra localidad. Lo pillo con ganas. Doy clase a tres niveles. También hablé de este curso en el blog.
  • Curso 22-23. Doy clase a cuatro niveles y hay un grupo en particular que me desgasta muchísimo. Tuve que lidiar con problemas externos a mí.
  • Curso 23-24. Salgo tarde cuatro días de cinco, lo cual supone acordar mucho las tardes.

Una situación que es habitual (no sé determinar cuándo empezó) es verme a la una de la madrugada, aun entrando pronto el día siguiente, pensando que, si me acostaba, me levantaría para trabajar otra vez. Esos días de correcciones continuas, de preparación de clases o de evaluación. Ahí no llegaba a tener los síntomas del principio, pero sí era ansiedad. 

A esto hay que sumarle unas circunstancias entre 2016 y 2020 que también aumentaron la carga mental que acarreaba y que en el curso 20-21 ya pedí una reducción de jornada que la Junta de Andalucía se encargó de modificar para que no sirviera de nada. 

A principios de 2022 ya fui al psicólogo porque era incapaz de concentrarme en nada. Logré concentrarme en mi tiempo libre, pero todavía me seguía costando mucho empezar a trabajar, algo que arrastraba también desde hace bastante. 

¿No tengo motivos?

Cualquiera que mire mi situación podrá pensar que no tengo motivos para estar así. Tengo 34 años, trabajo fijo desde los 25, nunca me han mandado trabajar fuera de la provincia, he estado independizado y estoy a punto de mudarme a un piso que me encanta. 

La cabeza funciona así. Yo llevo tiempo siendo una montaña rusa emocional, con picos de ánimo y desgana; llevo tiempo pensando que necesito descansar y he seguido tensando la cuerda; llevo tiempo pensando en una excedencia o en una baja… y al final la baja ha llegado sin yo preverlo. 

Esto, claro, también afecta a nivel personal. Llevo tiempo en el que estoy mucho más encerrado en mí mismo. 

Incluso viajar, que en los primeros viajes me hacía mucha ilusión, a día de hoy me da una pereza enorme si tengo que ir en avión. Esto último quizá es una tontería, pero para mí es otro indicio más de desánimo. 

La salud va primero

Una cosa tengo clara. Yo voy primero. Quizá he tardado más de la cuenta en reaccionar, pero una vez me ha dado un ataque de ansiedad, lo que no haré es tensar aún más. Otras personas no hubieran dado importancia a ese ataque de ansiedad, o se hubieran visto en la necesidad de seguir trabajando. Yo no tengo esa necesidad. 

Durante este tiempo de baja sigo siendo esa montaña rusa emocional. Tengo picos de ánimo y picos de tristeza. Es lo normal en un proceso como este. Poco a poco me iré marcando pequeños objetivos (por ejemplo, escribir) y espero ir a mejor. 

Necesito cuidarme. Parar. Descansar. Demostrarme a mí mismo que puedo estar mejor a nivel personal, verme capaz de disfrutar sinceramente de mis aficiones no como una vía de escape de mi trabajo, sino simplemente porque me gustan. 

Necesito ser funcional a nivel personal antes de introducir de nuevo la parte profesional. 

Esto lleva su tiempo y, por suerte, estoy en unas circunstancias en las que me lo puedo permitir. Me toca cuidarme, y lo demás ya vendrá.

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6 respuestas

  1. A veces no queda otra solución que hacer stop en nuestra vida para sanar. Cuídate mucho.

    1. En este caso el parón ha sido casi obligado, pero sí, es necesario. Muchas gracias.

  2. ¡Mando un abrazo!
    Por ahí compartí en el blog que en 2022 fue ese parón para mí, pausar, pegar piezas, pedir ayuda, aceptar mi vulnerabilidad, pelear con mi ego… Por meses todo se sintió extraño, y hoy empieza el mundo a girar de nuevo.

    Como dice mi esposa (que ya le pasó hace algunos años), ya no será igual, ya hay fracturas que se pueden abrir con algo de facilidad. Lo que antes era irrompible hoy es frágil. Creo que tampoco ayuda que vamos envejeciendo.
    Entonces uno se reinventa y se ven las cosas con otros ojos. Te deseo el mejor ánimo y energía para esta nueva etapa de la vida.

  3. aamedinav

    Acá en Chile los maestros sufren exactamente los mismos problemas. Trabajo a deshora, problemas con cursos apáticos, mala paga, una deuda monetaria histórica, etc.
    De verdad, para ser maestro acá, hay que tener mucha vocación, porque es una inmolación a largo plazo.
    De verdad esperaba que en Europa todo eso estuviera más resuelto.

    Lo bueno es que tienes la opción de parar un rato y descansar. Espero que te recuperes completamente.

  4. Emilio Castillo

    Muchos ánimos Adrián. Ahora lo primero es descansar y recuperarte. Las cosas irán mejor.
    Te sigo por aquí, un abrazo desde Huesca ;-)

  5. Vivimos en una época con mucha tensión exterior: exigencia, expectativas, hiperconexión… y a veces hay que, simplemente parar, prestarse un poco de atención a uno mismo, y replantearse la situación. Ánimo y un pasito cada día.

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