El curso pasado publiqué mi repaso profesional a mitad de agosto, y este casi a finales. Debo de tener un punto masoquista mucho mayor de lo que pensaba porque no entiendo la razón de no hacer esto justo cuando termina el curso. En cualquier caso, se publique cuando se publique, quiero hacer de esta entrada una costumbre. Y aunque iba a ser un texto corto, finalmente me he puesto a escribir y ha salido una entrada de dos mil palabras.
Mi destino definitivo
Este curso ha sido cuando me han dado (¡por fin!) mi destino definitivo. En realidad es el segundo, pero el primero es donde estuve en el curso 20-21 y no lo cuento. Este nuevo instituto está en una localidad cercana a la mía, puedo llegar tranquilamente en tren.
La frase que he estado utilizando todo el curso es: «Ya me quedo en el mismo sitio hasta que me aburra o me jubile». Y es tal que así. La vida da muchas vueltas y no sé cuánto tiempo estaré, pero de momento he podido olvidarme de varias cuestiones de la vida docente que crean mucho estrés.
He estado siete cursos pendiente del destino provisional. Bien porque no tuviera destino definitivo, bien porque mi destino definitivo no me gustara y echara el llamado concursillo. Esto supone estar hasta principios o mediados de agosto pendiente de la adjudicación, con el sinvivir de saber si me mandaban o no a un instituto cercano y, sobre todo, pendiente de buscar piso y mudarme. He hecho muchas mudanzas en poco tiempo, y pensar que ya eso se acabó me produce una tranquilidad enorme. A partir de ahora cuando me mude será por decisión propia, pero no por necesidad.
Siete cursos para conseguir un destino definitivo cerca de casa pueden ser muchos o pocos cursos según a quien le preguntes. Desde luego, mi situación ya es muy buena teniendo en cuenta que tengo la plaza desde 2014: me he saltado todo el proceso de interinidad. Pero dentro de eso, hay gente que ha tardado mucho menos en conseguir un destino definitivo cerca de casa. Y también gente que ha tardado más.
En cualquier caso, yo ya tengo el mío. Y no solo es un instituto que está cerca de casa sino que también es un lugar en el que me encuentro tremendamente a gusto. Pero de eso hablaré en un punto posterior.
El camino al trabajo
Hay épocas en mi trabajo que son absolutamente agotadoras, por muy tranquilo que sea el instituto. La profesión docente se ha burocratizado de tal forma que es imposible no dedicar un buen tiempo a esa cantidad de papeleo que luego no sirve de nada. Hay épocas en las que no me da tiempo de ver un triste capítulo de una serie o, al menos, ninguna medianamente complicada.
Como he dicho, mi instituto está en otra localidad. Solo tengo dos opciones para ir: en tren o en taxi. Como es obvio, la primera es la más habitual. Esto supone casi una hora de ida y otra hora de vuelta.
Cuando le he dicho esto a algunas personas les ha parecido muchísimo tiempo. Sin embargo, en esas épocas de estrés exagerado este camino al trabajo se convirtió en un tiempo que dedicarme a mí. Escuchar artículos que recopilo en Instapaper, o un audiolibro, o un pódcast, o grabar episodios de Divagaciones. O no hacer nada de eso y simplemente pasear y pensar, que también es necesario.
Estos caminos de ida y vuelta al trabajo se han convertido en islas de tranquilidad que han servido incluso para evaluar mi estado anímico y mental. Pero de eso también hablaremos más adelante (parezco Michael Ende).
Soy una persona muy quejica por naturaleza, y aunque ha habido días que me he quejado por mi trabajo o no he tenido ganas de levantarme por cualquier motivo, nunca me ha pesado hacer este camino. Yo creo que es algo.
El instituto
Me encontré con un instituto enorme. En él se imparten enseñanzas de ESO y Bachillerato tanto diurno como nocturno, así como una gran cantidad de ciclos de Formación Profesional (de grado Básico, Medio y Superior). Un claustro enorme con muchísimas necesidades y en pleno proceso de renovación.
A pesar de esta gran diversidad, impera el compañerismo y el buen ambiente. Al menos esto he experimentado este curso y espero que se mantenga así. Me llevo bien no solo con los miembros de mi departamento (algo fundamental) sino también con muchos compañeros de otras materias y enseñanzas. No he visto tan marcado el individualismo que sí he experimentado en otros centros de este tamaño. En esto juega su papel una sala de profesores siempre activa.
Por su parte, la directiva tiene sus puntos mejorables, pero deja hacer a los profesores y limita la burocracia a lo estrictamente necesario. El problema es que lo estrictamente necesario sigue siendo muchísimo, pero eso ya no depende de ellos. El curso anterior me quejaba justo de este asunto, y en este no lo he notado tan acuciante. Espero que se mantenga así.
Respecto a los alumnos, aquí me olvido por completo de aquellos grupos tan reducidos (un segundo de ESO con 11 alumnos no lo voy a ver de nuevo, yo diría) pero sí he disfrutado de desdobles (dar 4º de ESO a 21 alumnos o 1º de Bachillerato a 17 es otra cosa). No sé si esto se podrá mantener para el curso que viene o si ha sido cosa de dos cursos por los refuerzos Covid.
Por suerte, aunque los grupos sean numerosos, también resultan manejables. Este curso tuve una tutoría muy movida, y aunque era un grupo que desarmaba por su incapacidad de estar callados, no había nadie con un mal comportamiento exagerado. Y esa es la tónica en el resto de cursos: problemas típicos de un contexto socioeconómico entre medio y bajo, alumnos callejeros, gamberros, con casuísticas familiares muy variadas. Nada que no se pueda encontrar en un centro de similares características, creo. El hecho de que no haya una gran disrupción es algo que también debo agradecer, dadas mis limitaciones.
Últimos coletazos del Covid
Este curso he notado mucho más el impacto del Covid en el momento de que esta enfermedad dejó de considerarse algo gravísimo para pasar a poco más que una gripe. Muchos alumnos enfermos, algunos se quedaban más tiempo en casa del necesario pero, desde luego, el nivel de preocupación no era ni remotamente parecido al que se experimentó en el curso anterior.
Fue curioso ver cómo muchos alumnos tardaron algunos días en quitarse la mascarilla hasta que volvimos a una total normalidad en este aspecto. Por suerte, en mis grupos no ha habido nada que lamentar, ni antes ni después de quitar la mascarilla, aunque sí hubo mucho contagio.
El curso que entra es de suponer que ya no exigirán mascarilla en ningún momento. Yo es algo que agradezco, pero aún seguiré llevando una encima por si las moscas. Cuando esté en el terreno veremos si me la pongo cuando me acerque a los alumnos o no, depende de cómo esté el ambiente en el instituto. Diría que ya nos habremos olvidado todos de la mascarilla cuando empiecen las clases.
Control de horas
Llevo varios cursos con el firme objetivo de trabajar las 37 horas y media que tenemos estipuladas. Para ello, además del sistema oficial para controlar las entradas y salidas al centro, yo tengo una aplicación para controlar también las horas de trabajo en casa. Así, si un mes trabajo de menos o de más, el siguiente intento compensarlo haciendo lo contrario de tal modo que al final de curso la cuenta no sea muy disparatada ni en un sentido ni en otro. Por supuesto, ese «trabajar de menos» no se traduce jamás en dejar de hacer mis obligaciones o en hacerlas peor, tan solo es una manera de controlar y distribuir el tiempo de trabajo.
- Septiembre: Trabajo 31:43 horas de menos. Hasta el 15 de septiembre el horario no es el habitual, pero lo dejo así para no andar haciendo cálculos complicados.
- Octubre: 15:44 horas de más. Se lo sumamos a lo anterior y aún sale una cuenta negativa de 15:59.
- Noviembre: Trabajo 04:18 de menos. Estamos en -20:17.
- Diciembre: Mes de evaluaciones, mes de muchas horas extra. Sumamos 24:24, la cuenta se queda en 04:07 de más.
- Enero: Echo 08:13 de menos. La cuenta vuelve a números negativos: -04:06.
- Febrero: 05:59 de más da una cuenta de 01:53 también de más.
- Marzo: Otro mes de evaluaciones. Sumamos 16:47 y nos quedamos con 18:40 de más.
- Abril: Equilibro la balanza trabajando 14:37 de menos. El cómputo es de 04:03 de más.
- Mayo: Otras 06:25 de menos. La cuenta ahora es negativa en 02:22.
- Junio: Otro mes de evaluaciones con 09:16 de más.
La cuenta final es de 6 horas y 54 minutos de más. Teniendo en cuenta que el curso anterior fue de 193 horas y 33 minutos, la diferencia es bastante notable. Son horas de más, pero desde luego la cifra no tiene ni punto de comparación. Se ha notado que este curso he tenido esos desdobles, que no he tenido que hacer vídeos ni repasar apuntes y que he podido reutilizar material de cursos anteriores. La experiencia empieza a ser un grado en este sentido.
Cambios en la evaluación
Como soy un culo inquieto en muchos sentidos y me gusta hacer mi trabajo lo mejor que sé, durante este curso me he puesto a aplicar criterios en los cursos de la ESO. La siguiente vez que me toque dar en Bachillerato lo haré también, porque no aplicar la legislación supone perder en una reclamación, pero defiendo que aplicar una evaluación criterial en bachillerato es engañar a los alumnos.
La evaluación criterial es un invento complicado e inoperativo que se podría evitar fácilmente teniendo una inspección que controle dos puntos: que los exámenes no puedan tener un peso mayoritario en la evaluación y que se usen varios instrumentos de evaluación. Yo siempre he tenido al menos cinco instrumentos en cada trimestre, y las calificaciones de mis alumnos de la ESO no varían mucho del clásico sistema de porcentajes al criterial (me he dado a la tarea de comparar durante todo el curso). Por supuesto ha habido casos puntuales de una diferencia de hasta dos puntos, pero tanto a favor como en detrimento de los alumnos. Es más común lo primero, eso sí.
No voy a entrar en más detalle sobre esto porque merecería una entrada separada con datos anonimizados que no me apetece nada hacer, pero si algún lector está interesado podría hacer el esfuerzo.
Reconciliación con mi trabajo
Hace un tiempo escribí una entrada titulada Tengo una relación de amor-odio con mi trabajo. Lo que cuento ahí sigue presente en buena medida, pero lo cierto es que este curso me ha servido para balancear esa relación hacia el lado del amor.
Como ya he dicho, las circunstancias en el instituto me han sido propicias. Un camino de ida y vuelta que me permiten despejarme, un alumnado manejable tanto por número (benditos desdobles) como por comportamiento, buen ambiente entre compañeros y una directiva colaboradora han permitido que mi nivel de estrés haya bajado muchísimo.
Sin embargo, cuando estaba en casa era incapaz de centrarme. Me costaba muchísimo iniciar cualquier actividad, tanto profesional como de ocio. Ver una película compleja seguía siendo, como en verano, misión imposible. Darme cuenta de eso hizo que acudiera a un psicólogo, y bendito el momento en que tomé la decisión. El mero hecho de hablar con una persona ya ayuda, pero además me proporcionó herramientas para manejar ese estrés.
El curso anterior solicité una reducción de jornada por interés voluntario. La Junta de Andalucía prácticamente se las cargó. Me recuerdo decir que si me volvía a ver así de agobiado pediría una baja por estrés. No ha sido necesario y las circunstancias me han permitido darle la vuelta a la situación. Para el curso que viene no he solicitado nada.
Perspectiva ante el nuevo curso
Afronto el curso que entra con el mismo ánimo que afronto los trentitré: sin especial alegría pero tampoco con desánimo. Estoy dispuesto a afrontar cualquier nivel que me toque (espero seguir esquivando 2º de Bachillerato porque sé que mi estrés puede volver muy fuerte), me gustaría repetir con alguno de los niveles del curso pasado, y tengo ganas de llevar a cabo algún pequeño proyecto tanto en mi aula como en la biblioteca.
Me gusta sentir que ya empiezo a ser veterano y que tengo herramientas para manejar mis clases del mejor modo que puedo. Esto, unido a todo lo demás, me permiten tener esta tranquilidad, la tranquilidad de pensar algo como «¿hay que trabajar? Pues hay que trabajar», con todo lo bueno y lo malo que encierra este pensamiento.
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