Recuerdo una época (no muy lejana, aunque lo parezca por la velocidad en que se mueve la red) en la que se prodigó otro de estos términos que yo llamo «modernitos» aplicados a internet: la «curación» de contenidos. Yo pensaba que la curación es lo que ocurría cuando se te cierra una herida, y no iba desencaminado: con eso de «curación» se referían a la clásica pero menos moderna «selección».
Cuestiones terminológicas aparte, esos servicios seleccionan el contenido por el usuario, aquél contenido que, se supone, le resultaría más interesante en base a los temas que indicara y el historial de lecturas. A mayor uso, mayor precisión. Estos servicios no hacen más que confirmar una idea, ni nueva ni revolucionaria: en internet, como en la vida, hace falta seleccionar.
Es tremendamente sencillo tener el lector de feeds con doscientas suscripciones, otras tantas en YouTube, blogs seguidos en Tumblr, seguidores en Twitter, amigos en Facebook, contactos en Linkedin, notificaciones de correo electrónico… Es tan sencillo como hacer click en un botón. Lo que no es tan difícil es calcular el alcance y las consecuencias que esos clicks tendrán en nuestro día a día, la cantidad de tiempo y energía que perdemos gestionando todo esto. Si queremos, nos podemos pasar todo el día con la mirada fija en una pantalla (da igual el tamaño), entre revisión y revisión de diferentes servicios y programas.
Es difícil resistirse a esos click, pero resulta imprescindible hacerlo, como imprescindible resulta decir «no» cuando tenemos demasiados compromisos programados, o nos piden algo que nos incomoda, o mil situaciones más. Internet es una herramienta maravillosa, pero puede quedarse con nuestro tiempo, y de paso con nuestra productividad y nuestros ánimos.
Para colmo, existen herramientas que contribuyen a ese ritmo frenético, herramientas que nos prometen que tendremos tiempo también para ellas y atender lo que guardamos, esos contenidos que nos resultan tan interesantes y que guardamos para más tarde. Pero más tarde tendremos más contenido del rápido para consumir, y no miraremos el otro.
El contenido interesante se acumula rápidamente, y son muchísimos los temas que nos pueden interesar, muchos artículos sobre ellos los que nos gustaría leer. Está en todas partes. Y volvemos a la primera idea: tenemos que seleccionar.
En el término medio está la virtud, dijo hace mucho tiempo alguien más inteligente que yo. Y es muy difícil hallarlo, dado que a todo lo anterior tenemos que sumarle libros, películas y series, contenido que no está generados en internet por gente como tú o como yo. Sin contar con actividades de otra índole.
Si has leído todas estas divagaciones y esperas encontrar un consejo de gurú tecnológico (esos que estuvieron tan de moda), lo siento pero no lo vas a encontrar. Puedes hacer limpieza de tu lector RSS, dejar de seguir gente en las redes sociales, dejar de guardarlo todo en Instapaper o hacer una rígida rutina de lectura para que no se te acumulen demasiados artículos, o usar un servicio de los que curan. A los que tendrás que dedicarle tiempo para que te conozcan.
Cada quien tendrá que encontrar su propio método, y yo aún no he encontrado el mío. A pesar de tener muy claro el concepto, todavía siento que invierto demasiado en consumir contenidos de internet que realmente no me aporta mucho.
Lo que sí he aprendido es a pensarme dos veces registrarme en un servicio, sopesar si realmente me va a aportar algo.
La mayoría de veces la respuesta es no.
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