Siempre ha habido personalismos. De hecho, si pensamos en grandes hitos en la historia de la humanidad, muchos de ellos están asociados a un personaje concreto. Sin embargo, hubo una época en internet en la que las comunidades giraban en torno a un tema y no había tales personalismos.
Yo me uní a diferentes foros sobre RPG Maker, por ejemplo, y aunque había personas que participaban más, no había tales personalismos. Al menos, esa es mi visión distorsionada por el paso del tiempo.
Hoy en día, lo más habitual es escuchar las palabras «mi comunidad» siempre muy unidas. Los grupos de seguidores se reúnen en torno a canales de YouTube, chats de Twitch y líneas de tiempo en redes sociales con una personalidad influyente en su centro. Esto ocurre, al menos, desde el auge de dichas plataformas como herramientas de monetización.
Que las comunidad online, caracterizada en los foros por un buen grado de horizontalidad donde cualquiera podía iniciar un nuevo tema de conversación, haya derivado en una concepción centralizada en la que uno lanza un mensaje a un chat frenético con la esperanza de que ese adorado influyente lo lea, me provoca cierta tristeza.
Y no hablemos ya de cómo las comunidades se han movido de foros a sistemas de mensajería, que me enciendo.
Siempre ha habido blogs y pódcast con comentarios y reacciones. Este blog, sin ir más lejos, los recibe. Sin embargo, ¿sería correcto decir que las personas que comentan mis publicaciones son «mi comunidad»? ¿O acaso hablamos de «la comunidad de Taylor Switf»?
Cuando estamos en un grado de influencia pequeño no se usa la palabra «comunidad», ni tampoco en un grado tan grande, donde se usa «fan». Entonces, ¿por qué lo usamos tan alegremente con otras personalidades que están, digamos, en un grado intermedio?
Esto, en realidad, es una reflexión sobre lenguaje que nace en torno a una concepción quizá muy inocente de la palabra «comunidad». De hecho, la definición de la palabra (si consideramos la RAE como una autoridad, y no siempre lo es en todos los ámbitos) admite esta interpretación personalista porque, al final, es un interés común entre un grupo de personas.
Esto es una pequeña rebelión personal a esta interpretación personalista, como aquella sobre el valor productivo del tiempo libre de la frase «tiempo de calidad». Me estoy convirtiendo en un viejo gruñón.
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