Abrazar mi variabilidad

Estamos en un momento en el que se nos incita, desde muchos lugares, a que tenemos que hacer algo, siempre. Aprendizaje a lo largo de la vida, lo llaman, que está muy bien hasta que se convierte en una obsesión o en culpabilidad en caso de que no hagamos todo lo que podemos o más.

Acumula títulos, trabaja de manera eficiente, haz cursos, aprende idiomas, céntrate, sé productivo, y así hasta el infinito. De vez en cuando saldrá alguien a decir que el descanso y el ocio son muy importantes, pero ese mensaje queda tan enterrado entre la exigencia diaria que resulta anecdótico.

Evidentemente, esto es una generalización exagerada para remarcar el punto que quiero traer hoy.

Si me lees desde hace tiempo, sabrás que voy por fases. Es una frase que he escrito muchas veces. Soy de naturaleza variable, no aguanto mucho tiempo haciendo lo mismo, y así lo reflejo en mi blog. Sin embargo, siempre tenía una voz interna que me instaba a hacer más.

Por ejemplo, en muchos momentos de mi vida he sentido frustración por ser licenciado en filología y estar grandes periodos de tiempo sin leer absolutamente nada. ¿Dónde se ha visto un estudiante de letras que dedica sus tardes a probar distribuciones de GNU/Linux?

No soy capaz de establecer unas rutinas fijas. A tal hora, ejercicio; a tal otra, escribir. Imposible.

¿Esos sistemas que tantos beneficios tienen según los gurús de la productividad? Imposible.

Hoy estoy con cine, mañana me pongo con un libro, pasado me dedico a leer artículos de la red, al siguiente día escucho discos de música y luego me paso un mes jugando videojuegos. Siempre con esa voz que me dice que podría hacer más. Aprende esperanto, mejora tu inglés, aprende guitarra.

Estoy de baja por estrés desde el ocho de enero, y cuando salió este tema con el psicólogo, me dijo algo tan simple como revelador para mí.

¿Qué tiene esto de malo? ¿Por qué tengo yo (no nadie más: yo) que imitar la forma de funcionar de otras personas? Ya sea el gurú de la productividad o el estudiante de filología que leer cuarenta obras al año.

Si llevo tanto tiempo dándome cuenta de esto, ¿por qué sigo fustigándome por ello? Aunque sea un mínimo, esa voz siempre está presente. Puedo hacer más, puedo hacer más.

Creo que esto es un problema, y diría que bastante común.

He estado muchos años con un ritmo de trabajo endiablado que me ha llevado a la situación en la que me encuentro ahora. Tampoco me fustigo: son fases de la vida por las que he pasado.

Tengo muy claro, sin embargo, que no volveré a caer en estas trampas mentales. Cuando vuelva al trabajo procuraré gestionarlo lo mejor que pueda y dedicar tiempo a las diferentes facetas de mi ocio de manera alterna.

He decidido abrazar mi variabilidad y hacer lo que el cuerpo me pida en cada momento, sin fustigarme más. Siempre cumplo con mis obligaciones laborales y soy una persona activa en lo intelectual: cuando quiera mejorar algún aspecto de mi profesión o cuando de verdad me apetezca mejorar mi inglés, aprender esperanto o tocar guitarra, lo haré. Y si no, pues tampoco pasa nada.

Si tengo la grandísima suerte de que no necesito cumplir ninguna exigencia a nivel profesional más allá del día a día, menos aún tengo que demostrar nada en mi faceta personal.

Dado que el texto me ha llevado a ello, termino con una frase positivista. Si es más o menos vacía, decídelo tú.

Disfruta de la vida en la medida que te dejen, que solo tienes una.

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2 respuestas

  1. Gracias! Yo también salto de interés en interés a rachas, creo que me estresa más que las cosas se me quedan a medias. Y esto, en cierta medida, lo consigo controlar escribiendo esos pequeños progresos y en que estado está cada uno de esos proyectos, hasta que hay suficiente para volcarlo en un post. Pero ese pseudo sentimiento de culpa sigue ahí crepitando.

    1. Pues te animo a que hagas el mismo ejercicio que yo. No tiene nada de malo cambiar de interés cada poco. Somos como somos y no tenemos que demostrar nada a nadie.

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