Deconstrucción

Empecé a leer la palabra «deconstrucción» cuando el feminismo cobró auge en las redes. Muchas veces esas redes son la puerta para que yo entre en contacto con temas sociales tan complejos que lo que se lee en ellas no resulta suficiente.

En este blog he hablado bastante de feminismo. Algunas entradas están borradas, otras actualizadas para matizar pensamientos cuanto menos desafortunados. No me tacharía de machista, porque siempre he entendido el sentido último de la lucha, pero es cierto que he tenido mucha resistencia hacia ciertos puntos del discurso; una resistencia provocada, precisamente, por la simplificación del discurso propia de las redes sociales. La premisa que me llegaba es «todos los hombres son violadores en potencia».

Sin embargo, cuando el discurso feminista se ha relajado un poco en redes (o al menos se ha desradicalizado un poco) y yo he reflexionado más sobre el asunto, me he dado cuenta de que esa palabreja que me crucé hace tanto y que nunca tomé en cuenta, «deconstruirse», es muy importante, y que muchas partes de ese discurso radical que antes me causaban rechazo tienen su buena dosis de verdad.

Lo que me motiva a escribir estas líneas es un mensaje en el que una mujer cuenta una experiencia. Unos señores hacen gestos obscenos y miradas descaradas ante una mujer joven y atractiva. La reacción de muchos hombres, que llegan a este tuit sin contexto ni conocimiento, es sacar un cartelito donde tachan a la anécdota de invención. Después, lo habitual: ¿usted no se fija en hombres guapos?, ¿las mujeres no maltratan? y todo un desfile de tópicos antifeministas propias de un discurso que se han tragado enterito.

El feminismo tiene mucho de criticable desde que llegó al poder político, porque toda lucha se tergiversa cuando llega al poder. La gestión de subvenciones o el discurso tan descuidado que se ha dado en muchas ocasiones (un discurso que provoca rechazo a muchos hombres, entre los que me encontraba) son solo un par de ejemplos.

Sin embargo, hay un tramo muy grande entre escribir o grabar opiniones desafortunadas e ir a una mujer a decirle que sus vivencias son falsas. Que solo están en su imaginación. Que todos esos energúmenos que pueblan las calles en realidad no existen. Que las mujeres son igual de maltratadoras que los hombres.

Quizá escribo esto para sentirme mejor conmigo mismo y justificar mi discurso anterior. Puede ser.

Si escribiera esto en redes estoy seguro de que me vendría alguien a decirme que me quiero convertir en un aliado para ligarme a alguna feminista. En una sociedad tan radicalizada no hay más opciones: las mujeres inventan porque son feministas amargadas y los hombres que mostramos cierto apoyo queremos ligar con esas feministas amargadas.

Conste, como punto final, que yo no soy un gran conocedor del feminismo ni pretendo que este texto sea más que una (otra) reflexión en voz alta. Pero insisto en la idea: si tú, lector, no te crees ciertos puntos del feminismo, pregunta a cualquier amiga qué ocurre cuando juegan a videojuegos online. O pregúntale por vivencias cuando salen de fiesta. Seguro que pueden estar un rato contando vivencias desagradables.

Así que, sí, hace falta deconstruirse. Dejarse de radicalismos, leer más allá de los mensajes también radicales de las redes, mirar el mundo para comprobar la cantidad de machitos con la que tienen que lidiar las mujeres. El contacto con la realidad es suficiente para darse cuenta de que la lucha feminista no es solo importante sino fundamental.

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