Amo mi trabajo porque me encanta dar clase, enseñar, ver que los alumnos aprenden conmigo, el contacto con ellos y con los compañeros, la estabilidad… Pero odio mi trabajo porque no me deja tiempo para nada más.
Empecé a trabajar hace siete años, sin ningún tiempo de descanso entre los estudios y el trabajo. Terminé la carrera, máster, oposiciones… y a la docencia. Y llevo siete años trabajando a un ritmo trepidante.
En teoría la jornada es de 37,5 horas semanales, pero en la práctica acaban siendo muchas más. Este curso llevo acumulado el equivalente a un mes extra, si sumamos todas las horas de más que he echado. No sirve de nada contarlas, pero yo las cuento.
Este curso está siendo la gota que colma el vaso. Estoy en un pueblo lejos de casa en el que me siento atrapado y con cuatro niveles educativos, dos de ellos en semipresencialidad.
Además, aunque no es un tema al que me guste «echar mano», tengo un problema de vista que, por más que yo intente, me obliga a trabajar más lento. Y se nota.
El agotamiento mental es tal que no recuerdo cuándo fue la última vez que tuve la cabeza en condiciones para seguir una historia nueva. En mi día a día no veo ni pelis ni series, y la lectura (más allá del audiolibro) hace años que la tengo abandonada (y meses el audiolibro). Una completa contradicción con mi profesión y mi especialidad.
Estoy llegando a un punto tal que el curso que viene he pedido una reducción de jornada de un tercio. Si sigo trabajando a este ritmo voy a acabar mal, lo noto, lo sé. Y no me quiero jugar mi salud mental por algo que, al final, es un trabajo. No se le llama «profesión docente» por nada: es una profesión. Aunque en mi caso sea totalmente vocacional.
Quiero algo más tiempo para mí. Lo necesito. Para formarme, aprender sobre otros temas (llevo ocho años con una guitarra apalancada), leer, atender mis proyectos personales…
No doy para más. Esto cada vez me provoca una mayor frustración, y no quiero detestar mi trabajo. No quiero verme de aquí a cinco años como un profesor amargado que pasa de todo y que va a lo mínimo.
Sinceramente, espero que las condiciones del curso próximo, que se plantean positivas, sumadas a la reducción de jornada, me den los ánimos que noto que me faltan.
Nadie tiene para sí el tiempo que le gustaría, y soy consciente de que soy un auténtico privilegiado, en muchísimos sentidos. Vacaciones y todo eso. Siempre que escribo algo como esto me siento un llorón, pero para algo tengo un blog personal. Los docentes somos un colectivo con problemas muy habituales de ansiedad y depresión, y no quiero verme así.
Actualización 11/07: La Junta de Andalucía lanzó una circular anunciando que la reducción de jornada por interés particular pasaba de la mitad o un tercio a solo un 10%. Ha conseguido su objetivo: he renunciado a ella.
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