Recuerdo los tiempos en los que vivíamos en una feliz internet, poblad por gente curiosa y generalmente con gusto por la tecnología. Entonces todo era una Arcadia feliz: empezábamos a generar contenidos con una inocencia impropia y con una gran ilusión.
Pero llegaron los smartphones y la proliferación de redes sociales y aplicaciones. YouTube se hizo aún más fuerte, Facebook y Twitter encontraron su lugar en la red, y un largo etcétera que configuraron internet tal y como lo vivimos hoy.
En algún momento indeterminado de estos años, llegó la telebasura a internet.
No me refiero, o no solo, a las webs, cuentas en redes y vídeos que hacen una extensión de la auténtica telebasura, sino a aquellos creadores de contenido que basaron su presencia en internet en vender su vida, o en buscar trapos sucios de otros creadores.
La inocencia se nos acabó cuando nos dimos cuenta que ese tipo de contenido llegaba al público de nuestro adorado internet, sobre todo al público joven, igual que Sálvame llega por la televisión tradicional. Una cantidad ingente de visualizaciones para comentar lo último que le ha pasado a tal youtuber, el lío en que se ha metido tal influencer o a comentar la última broma que haya hecho el famosete de turno.
Y es que, al final, da igual el medio y da igual las posibilidades que ese medio ofrezca. Al final al ser humano occidental, seres sin causa en su día a día por falta de preocupaciones reales, le gusta meterse en la vida de los demás. Antes era en la de los vecinos, luego se amplió a la televisión, y hoy en día la telebasura es internet, una telebasura siempre a la espera de que le des al play o ansiosa por que estés pegado a un timeline dispuesto a atender el último lío entre ese personaje al que adoras y ese que estaba esperando que lo odiases.
No tenemos remedio.
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