Castlevania es una saga de videojuegos que siempre ha llamado mi atención. Tiene la temática de fantasía que tanto me gusta y es la iniciadora de un género que disfruto. A pesar de esto, he probado algún juego y nunca terminaron de engancharme. Por ese motivo, cuando la adaptación de Netflix llegó al catálogo en 2017 pensé que era la oportunidad perfecta para acercarme a ese mundo.

Y la primera temporada me aburrió. Muchísimo. Ma preció que tenía un ritmo muy lento. Aunque las temporadas no son largas, sentía que tardaba mucho en arrancar esa acción desmedida que yo buscaba. Luego llegaba el final y todo era magnífico: las escenas de acción tienen una animación muy cuidada y el arte es maravilloso.

Probé también con la segunda temporada y mis sensaciones fueron exactamente las mismas. Decidí que no la vería más.

Por suerte, este es uno de esos casos en los que se confirma esa frase de «cada obra tiene su momento», y un tiempo después, en 2021, le di otra oportunidad.

Conecté con los personajes, conecté con el mundo que se plantea, conecté con todo. Pude ver que ese ritmo lento es necesario para desarrollar bien los conflictos de cada temporada. Más allá de la trama de fondo, los personajes tienen un carácter muy marcado y cambian conforme se mueven, como reclama una buena historia de aventuras.

Tanto conecté con la serie que, a día de hoy, es una de mis favoritas. Ese desarrollo de personajes con el que tardé en conectar, unido a ese arte tan espectacular, hicieron que acabara enamorado de esta obra.

Por ese motivo, cuando llegó la secuela, Castlevania Nocturne, me lancé a devorarla. Ya con la mentalidad adecuada, me encontré con una historia que tiene el mismo espíritu pero trata temas muy diferentes. La animación, evidentemente, continúa a un nivel altísimo.

Solo me queda esperar que lleguen nuevos episodios y dejaros por aquí la recomendación.