Esto que os cuento hoy me ocurrió hace unas semanas.
Estaba yo, como siempre, con mi móvil a dos centímetros de la cara, con mis gafas de leer puestas.
Entra un hombre, una persona que tenía que hablar conmigo por un asunto.
Cuando me ve, me dice:
«¿Te ha tocado la lotería?»
Referencia clara a que tenía el móvil muy pegado.
Cuando solté las gafas de leer se dio cuenta de que había metido la pata (se lo noté rápido) pero no pude quedarme callado. Por no encararme con él, le dije: «Perdona, ¿que me ha tocado la lotería? No entiendo.»
No recuerdo si el hombre me dijo «Nada, nada» o si siguió con lo que me iba a decir.
Noté que se avergonzó bastante.
Cabe decir que fue sin mala intención, de otro modo no se hubiera avergonzado. Pero el episodio me parece muy significativo.
Es la segunda vez en mi vida que me hacen esta «bromita». La otra vez fue hace como diez años: «Qué, ¿es bueno el diamante?».
Por entonces no sabía lo que quería decir, hasta que me lo explicaron en casa. Me enfadé muchísimo cuando me enteré, por la jeta y la falta de tacto de quien la dijo. Porque en este caso no hubo gesto de arrepentimiento alguno.
Mi conclusión sobre el episodio es bastante clara.
Sin disminuir la importancia de todo lo demás, pienso que buscamos cambios sociales más profundos cuando aún queda gente así, que de primeras no entiende el simple hecho de que haya personas con discapacidad.
Queda mucho por hacer.
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