El final de una etapa

Ayer día 27 de junio fue la barbacoa de final de curso de mi instituto. Y se sintió como el final de una etapa.

Un poco de historia previa

Empecé a trabajar en el curso 2014-2015. Tanto este como otros cursos posteriores fueron difíciles por diferentes circunstancias. En el 2018 me dieron mi primer destino definitivo, pero no lo pisé hasta el curso 20-21 porque estaba en una localidad bastante alejada de la mía. Y si acabé allí fue por equivocación propia al echar los papeles.

Una etapa de cuatro cursos

En el curso 21-22 me incorporé al que yo consideré mi destino definitivo real. Por entonces había pasado ya por cuatro institutos (había podido repetir en el primero) y estaba marcado por un gran cansancio (en 2021 había pedido una reducción de jornada que cancelé porque la Junta de Andalucía las hizo virtualmente inútiles).

Este instituto es muy parecido al primero en el que trabajé y que más me gustó. Muy grande, marcado por cierto caos organizativo, un alumnado con el que me he sentido muy cómodo y un claustro de profesores con el que rápidamente conecté.

El curso 21-22 estuvo marcado aún por el covid, y fue en la barbacoa de fin de curso donde descubrí a muchos de mis compañeros. Esta barbacoa es, sin duda, una seña de identidad.

Durante el curso 22-23 tuve que ir al psicólogo porque era incapaz de disfrutar nada. Ni mi ocio, ni mi trabajo. La situación mejoró pero el curso pasado, 23-24, me di de baja. Ese cansancio acumulado al que me referí antes hizo acto de presencia, tomó forma de un leve ataque de ansiedad y no pude dar más de mi. Fueron seis meses en los que podéis encontrar varias entradas en este blog que reflejan, prácticamente, una crisis de identidad. A nivel personal me sirvió para terminar una mudanza a la que espero será mi casa definitiva, o al menos durante mucho tiempo; una mudanza que llevaba postergando desde 2021. De 2021 a 2024 ya es bastante.

Aunque es un centro situado en una localidad cercana, debo acudir en tren. Este hecho en sí no me molesta e incluso lo agradezco: no puedo trabajar de camino al trabajo. Pero, por la configuración del centro, por más que pedía salir pronto solo me lo concedieron el primer curso. Los otros tres (o dos y cuatro) salía tres días tarde. Eso supone volver en un tren que rara vez llega a su hora y que con el abono gratuito siempre estaba lleno. Luego llega a casa, almuerza, descansa un poco y la tarde ya estaba hecha, con el runrún de tener que trabajar aún más.

Hora de un cambio

Soy consciente de que muchas personas, incluso profesores, quisieran mi situación. Trabajar cerca de casa, aunque sea en otra localidad, poder ir en tren, buen alumnado, buenos compañeros… Es una situación fantástica.

Pero, para mí, no ideal. Y el caso es que podía mejorarse.

Durante este curso eché el concurso de traslados. Un único centro, el primero en el que trabajé. A diez minutos de mi casa actual.

Ante mi sorpresa, me lo concedieron.

Para el próximo curso tan solo tengo un objetivo. Trabajar en el instituto. Echar en el centro las mismas horas que el alumnado para aprovechar allí todo el tiempo que pueda, llegar a casa, almorzar y tener toda la tarde para mí.

Evidentemente, en diciembre, marzo y junio tendré que echar horas en casa, pero la intención es minimizar el tiempo por las tardes.

Otro efecto colateral beneficioso es que podré regular la hora de acostarme y de levantarme, lo cual es bueno para la salud.

Por supuesto, hay miedos. El centro ya no es el mismo que yo dejé (me consta) y deberé afrontar nuevos retos. Pero en cualquier caso tendré mi casa a diez minutos para despejarme.

Ni siquiera me preocupa que me encuentre a los padres en el supermercado. Tengo problemas de vista, no los veré.

Una mirada al curso

El curso que termina me ha permitido reaprender mucho sobre mí mismo como docente y como persona. Mis compañeros de departamento, a quienes jamás estaré lo suficientemente agradecido, me permitieron quedarme con unos grupos muy poco numerosos.

Salvo uno, los otros han sido muy fáciles de llevar y un verdadero gustazo de estar en clase. Pero, ay, ese uno… Es increíble lo mucho que se puede centrar uno en lo negativo.

Ha sido un grupo, de tutoría para más inri, con el que apenas he tenido conexión. De mil maneras he intentado comunicarme con ellos y mejorar la situación, sin éxito. Y lo peor es que esta situación me ha generado más estrés del necesario. Lección aprendida: por mi bien, no tengo que chocarme contra una pared tantas veces.

Lo dejo por aquí porque podría estar mi buen rato analizando factores, tanto propios como ajenos, de por qué no he ido bien con este grupo. O analizar la situación que siempre se da a final de curso con respecto a las promociones y titulaciones y las visiones de la docencia que tienen diferentes profesores. Pero son temas para otro momento o para otros foros.

La barbacoa de ayer

Como decía, la barbacoa de ayer se sentía como el final de una etapa. No solo me voy yo, sino también muchos compañeros con los que he compartido todos estos cursos, o al menos dos de ellos. Incluso la jefatura de estudios cambia, una jefatura que, con todos los problemas del centro, ha funcionado genial.

Estuve todo el día preguntando «¿a ti te veo en septiembre?­­­» Como he dado clase en primero de bachillerato, tengo que ir a la evaluación extraordinaria de una alumna que no asistirá (lo sabemos con certeza), pero me ha servido como excusa perfecta para no terminar con una llorera de las que hacen época.

Ayer fue día de bailar (lo poco que bailo yo), de despedidas, de comer mucho y de abrazos. Pero también de pensar «esta despedida es problema del Adrián de septiembre», y menos mal. Por supuesto, ya he dejado dicho que cuenten conmigo para estas barbacoas y para cualquier reunión. Mientras haya gente que yo conozca, ahí estaré.

En conclusión

Estos cuatro años no han sido sencillos. Tampoco difíciles, pero desde luego ha habido retos.

Por una parte, el instituto, aunque me he sentido tremendamente a gusto, tiene sus retos. Pero fundamentalmente han sido cuatro cursos de retos personales, desde la mudanza que parecía interminable hasta la baja, pasando por esa época de apatía absoluta.

Sé perfectamente que cambiar de instituto no será la solución para todo. A nivel profesional tengo que adaptarme de nuevo a otra realidad y afrontar todos los retos que eso conlleva, tanto por sí mismo como después de haber pasado por una baja por estrés. A nivel personal espero sacar el tiempo suficiente para disfrutar aún más de mi ocio y seguir con asuntos de la casa, que aún quedan porque no llego a todo.

De momento afronto el verano con ganas. Puedo decir sin miedo que tengo más ánimo que otras veces. Tengo varias salidas ya planeadas, quiero leer, quiero ir a la playa, y los ánimos acompañan para hacerlo. Septiembre está muy lejos aún pero, aunque terminar una etapa siempre es motivo de vértigo, lo miro con ilusión y ánimo. Eso, para mí, ya es mucho.

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Una respuesta

  1. A disfrutar el verano. En septiembre los retos son otros, pero con las pilas cargadas. Aún queda. Disfruta.

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