Siempre he sido una persona muy particular, y últimamente mi sibaritismo ha subido varios peldaños.
Algunos puntos que, creo, no son habituales de encontrar en otras personas son los siguientes:
- Me encanta reflexionar sobre internet.
- He comprado un ordenador con GNU/Linux preinstalado.
- Uso un ratón vertical con trackball.
- Estudio esperanto.
- Estoy muy politizado.
- Uso calzado minimalista.
- Sé escribir con el teclado Dvorak.
- Tengo una cafetera de goteo.
- Bebo café de especialidad.
- Tengo un tocadiscos con varios vinilos.
Nada de esto es importante. Nada de esto es imprescindible. Algo de esto es caro. Quizá haya más personas que compartan uno o varios aspectos, ¿pero todos?
Sin embargo, son aspectos de mí que he desarrollado con el tiempo y, en ocasiones, tengo que hacer un esfuerzo grande por no derivar la conversación hacia estos asuntos.
«Mira lo que he visto en TikTok». «Todos los políticos son iguales». «Me he comprado estas zapatillas de deporte con una suela de veinte centímetros».
«Adrián, aguanta».
Por supuesto, tengo la suficiente inteligencia emocional como para no gritar esto en cada conversación que empiezo. A veces por no parecer pedante o demostrar una superioridad moral que detesto en otros, pero también porque soy consciente de que mucho de esto, o todo, no está al alcance de cualquiera.
Soy un absoluto privilegiado en mi vida. Un privilegio que se limita a tener lo que todo el mundo debería tener, no mucho más, pero privilegio al fin y al cabo.
Ni siquiera tengo claro con qué tono escribo estas palabras. ¿Me río de mí mismo por ser tan rarito? ¿Lo cuento para que alguien me diga que no es tan raro, buscando aprobación? ¿Por pura egolatría? ¿O para, en cierto modo, disculparme por poder acceder a todo esto cuando mucha gente no puede?
No lo sé. Lo que sí sé es que estas rarezas, junto a mis aficiones y mi profesión, son lo que me define como persona. Cuanto menos puedo ofrecer una conversación curiosa, que ya es mucho.
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