Hace unos días publiqué unas fotografías del Campo del Sur, sus bloques y las vistas a izquierda y derecha. Son fotos muy típicas de la capital gaditana.
Cualquiera que haya estado en Cádiz tiene una foto de esa zona. Se pueden encontrar muchísimas en internet, seguramente de mayor calidad que las mías, y yo mismo soy el primero que ya tiene almacenadas una gran cantidad de fotos idénticas.
Me gusta mucho ir a Cádiz. El cuerpo me lo pide. Me encanta pasear y perderme por sus callejuelas, por la Viña, por la Caleta, por el Campo del Sur. Disfrutar de la magia de sus calles.
Hay ciertas fotos que debo sacar. El Pópulo, la catedral, el Parque Genovés… Cuando estoy en esos lugares no me puedo resistir: saco el móvil (la cámara compacta en tiempos) y hago una foto.
A pesar de que todo el mundo tenga una y yo mismo tenga muchas, no me puedo resistir.
Lo bonito no es la foto en sí, ese archivo que se queda almacenado y que seguramente no consultaré en años, sino el hecho de seguir disfrutando de esos paisajes, la belleza de una ciudad trimilenaria (aunque lleve treinta con tresmil años, parece que los cumple en poco).
Es por el simple hecho de inmortalizar ese momento concreto. Ese momento es mío y esa foto es para mí.
Supongo que no estaré solo en esto. Si te pasa lo mismo con alguna zona de tu ciudad o de tu ciudad cercana, si te ves en la necesidad moral de sacar esa foto mil veces repetida.
Esta entrada es una transcripción imprecisa de mi pódcast Divagaciones. Puedes escucharlo o descargarlo.
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