Ya nadie habla de «conciencia de clase»

No se me da muy bien hablar de cuestiones sociales ni soy sociólogo ni filósofo, pero esto es algo que he estado observando y quería expresar el pensamiento en voz alta. 

Empecemos con una pregunta. ¿Cuándo fue la ultima vez que escuchaste o leíste la palabra «obrero»? ¿Y la última vez que lo leíste aplicado a algún tipo de reivindicación social?

Últimamente, con motivo de los programas que preparo para Radio Al compás, estoy escuchando mucho carnaval de los ochenta y los noventa. Y por entonces era muy habitual encontrar esa palabra y reivindicaciones que afectaran al conjunto de los trabajadores, como clase. 

Tampoco se habla ya de «conciencia de clase», expresión referida al sentimiento de unión de todos esos trabajadores. 

Vamos a hacer una reducción de la sociedad. Vamos a volver a ese discurso que distinguía entre los poderosos y el pueblo, capataz y obrero. Los poderosos solo miran por sus propios intereses y los obreros luchan por mejorar sus condiciones. 

Creo que los poderosos han conseguido, una vez más, que los obreros nos olvidemos de que nuestros intereses son los mismos. Da igual que cobremos más, que cobremos menos, que tengamos un puesto más alto o más bajo en la institución para la que trabajemos: todos queremos que se respeten unas condiciones de trabajo que sean beneficiosas para las dos partes. 

Para conseguir que nos olvidemos de que somos un grupo han utilizado muchas y variadas herramientas. Pongo dos ejemplos.

Los medios de comunicación generalistas no suelen profundizar en las noticias que transmiten. Se limitan a dar titulares, normalmente en tono catastrófico, que solo consigue asustar a las personas. Son lo contrario del dicho «no news are good news» («que no haya noticias son buenas noticias»). Solo basta ver que cuando llega el verano es noticia que hace calor, y que hace frío cuando es invierno. Además, son expertos en la manipulación del lenguaje y consiguen guiar muy sutilmente el pensamiento de los espectadores. En 15Mpedia tienen una recopilación de expresiones (evidentemente el sesgo ideológico es claro, pero algunas sirven muy bien para ilustrar lo que digo). 

Por otro lado están las redes sociales. Estoy convencido de que no nacieron con este propósito, pero se han convertido en una herramienta tremenda para apoyar los intereses de los poderosos en el sentido que estamos tratando, y las empresas que las gestionan se han tornado en grandes aliados para ciertos intereses. Las redes han contribuido a que el discurso se polarice y las posturas se enfrenten, ya que no dan lugar al debate pausado y matizado. 

Yo soy profesor de secundaria y no paro de encontrarme luchas encarnizadas entre bandos, normalmente «innovadores» contra «tradicionales», signifique lo que signifique cada término. Ambos bandos pierden de vista que el interés de todo docente es siempre el mismo: que los alumnos aprendan. 

Sin embargo, con estas luchas en redes sociales lo único que se consigue es crear rencillas y desconfianza entre dos falsos bandos enfrentados. Siempre son dos bandos, porque en el discurso radicalizado no existen los grises, porque los docentes que se sitúan en esos tonos grises no acostumbran a participar en estas polémicas. 

Con estas luchas lo único que se consigue es olvidar los objetivos que deberían ser prioritarios: exigir a quien corresponda la mejoría de la educación. Reducir las ratios, mejorar las infraestructuras, dotar de tecnología, mayores recursos humanos y un larguísimo etcétera de puntos en los que, estoy convencido, estarán de acuerdo docentes de un lado y de otro. 

Las redes sociales podrían usarse para organizar reivindicaciones en torno a esto, pero no se hace. Es más fácil y satisfactorio (produce dopamina) lanzar proclamas que reciban muchos me gustas y retuiteos. 

Me atrevería a decir que los docentes no somos los únicos que padecemos este mal como grupo, como gremio. Estoy seguro de que, miremos donde miremos, habrá las mismas divisiones.

Algún lector podrá pensar que esto es un pensamiento arcaico, que hoy en día ya no existen las clases sociales y que, de existir, desde luego la situación sería mucho más compleja que un simple «ellos contra nosotros». Y aunque pueda estar de acuerdo en que ahora quizá haya más escalones, lo cierto es que la idea básica sigue siendo la misma. Hay un «ellos» con unos intereses muy concretos (normalmente llenarse los bolsillos a costa de quienes están más abajo) y un «nosotros» entendido como «grupo de trabajadores». Y en este «nosotros» podemos incluir a funcionarios, pequeños autónomos y trabajadores por cuenta ajena.

Quienes formamos ese «nosotros» tenemos reivindicaciones que nos gustaría ver materializadas (véase lo anteriormente expuesto en educación). Todos. Y quien diga lo contrario es porque el grupo de «ellos» les ha convencido, con las herramientas mencionadas o con cualquier otra, que con la vida que tienen ya va bien.

Desconozco cuál sería el modo de acción más indicado para cambiar la situación. Sí puedo decir que me parece muy triste el rechazo social que tienen las huelgas de unas décadas a esta parte, cuando fue a través de las huelgas donde se consiguieron muchos derechos que hoy tenemos asentados. Hoy en día una huelga es una molestia, y nos han implantado en el ADN que no sirven para nada. Tampoco ayuda el hecho de que los sindicatos, tan importantes antaño, hayan pasado a grandes rasgos a formar parte del sistema que querían cambiar.

No tengo ni respuestas ni propuestas a todas estas cuestiones. Lo único que sé es lo triste que me parece ver a personas con intereses comunes (aunque piensen lo contrario) pelearse por un puñado de interacciones. Las reivindicaciones sociales se han quedado en una pantalla de seis pulgadas, y esto es algo que debería encender más de una alarma.

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