En esta ocasión voy a hablar del jalar, del jamar, de comida, de alimentación. Y es que tenemos un problema gordo (je) con el tema de la dieta. En varios sentidos.
Contrariamente a lo que hice con el ejercicio, esta vez sí os puedo dar un nombre de referencia fiable por el que empezar con este tema: Aitor Sánchez, autor del blog Mi dieta cojea. Además de dicho blog, tiene colaboraciones en medios de comunicación, un canal de YouTube donde se puede encontrar información sobre todo e incluso un podcast con otra nutricionista, Lucía Martínez, que también tiene un blog muy interesante. Con todo esto tenéis para echar unas cuantas horas.
Debo señalar antes de empezar que esto es mi interpretación de lo que he aprendido. Para información precisa están los enlaces anteriores. Esto es solo otra opinión más de un matao de internet.
Ahora sí, al tema.
Desde julio he perdido diez kilos. Lo tenía fácil, por entonces me sobraban como veinticinco. Cuando me veo con conocidos y me señalan que estoy más delgado, viene la pregunta: «¿estás a dieta?»
Mi respuesta: «no, estoy comiendo bien».
Lo más correcto (ya que tanto gusta puntualizar cada palabra aquí en internet) sería decir que sí estoy a dieta. Todo el mundo está a dieta, o mejor dicho, todos seguimos una dieta. Más o menos consciente, más o menos pautada, más o menos sana. Pero la palabra «dieta» se refiere simplemente a la forma de comer, no tiene que ver con la privación de comida, que es el significado que se le suele atribuir a nivel social.
No me gusta acudir a la RAE para estos tema (no es la mejor fuente para usos específicos de conceptos), pero si miramos la definición que el diccionario de de «dieta» nos podemos fijar en la segunda y la tercera acepción. La segunda sería la más correcta, la tercera es la más extendida.
Por eso tengo que decir que no estoy a dieta. Porque yo no me estoy privando de comer. De hecho, el pasado sábado me comí una pizza casera y el lunes desayuné churros. La cuestión está en que esto lo hice después de varias semanas de comer equilibradamente en casa.
Otro apunte importante es que comer equilibradamente no quiere decir «comer de todo». Esta es una frase engañosa, puesto que ni todos los alimentos son imprescindibles ni todos son beneficiosos a nivel nutricional. La bollería o el alcohol, por más que se tomen con moderación, no tienen beneficios.
Hay una manera muy sencilla de entender visualmente qué es comer bien, y no entiendo por qué no es más conocida. Se conoce como el plato de Harvard, y en resumidas cuentas consiste en comer medio plato de vegetales, cuarto de proteína y cuarto de hidratos de carbono. En cada comida principal. También hay que comer mucha fruta, pero eso se suele tomar entre horas en nuestra cultura.
Yo antes apenas comía verduras. Desde hace un tiempo he encontrado mi combinación ganadora alternando entre tomate, zanahoria, cebolla, calabacín, pimiento y alguna más. La legumbre es una fuente muy buena de proteína, y he descubierto que hay mil formas de prepararla más allá del típico potaje.
Hay días en los que directamente no tomo nada derivado de animales, y a medio-largo plazo me gustaría dejar de comer carne por muchos motivos (entre ellos, medioambientales), pero eso es otro debate.
Yo no siento que esté haciendo ningún esfuerzo. Siento que estoy aprendiendo a comer bien. Es verdad que he acudido a un nutricionista (concretamente, al centro fundado por Aitor Sánchez, el centro Aleris), pero su práctica se aleja muchísimo de lo habitual.
Ni te dan un papel que se convierten en los diez mandamientos de la comida ni te mandan productos para adelgazar. Solo hay unos objetivos y unas pautas. De hecho, una vez entendido el plato de Harvard y las cantidades recomendadas, es posible hacer platos con muchísima variedad.
Retomando el problema con la dieta, normalmente se come muy mal. Muchas veces no tenemos un gran problema con las comidas principales, pero sí con todo lo demás. Desayunar cereales azucarados, tomar bebidas carbonatadas o alcohol, encuentros sociales en los que uno se levanta comiendo y se acuesta comiendo y un larguísimo etcétera.
Dado este ambiente, es normal que se asocie el término «dieta» a privación, porque es necesario privarse de mucho dadas esas costumbres. Pero la mentalidad debería ser otra.
Como dije en mi entrada sobre el ejercicio, yo no quiero ser un héroe de acción en dos meses. De hecho, hace años estuve en una dietista más tradicional que me quitó el azúcar de todo tipo durante una semana (incluido el de la fruta, una locura, me dieron incluso mareos) y prácticamente perdí veinte kilos en cuatro meses.
Volver a eso supone un desgaste mental enorme, porque realmente es un sacrificio. Para mí la clave está en quitar esa presión mental del sacrificio y pensar que estoy aprendiendo a comer bien.
Desayuno pan integral con aceite y tomate. Entre horas, fruta y frutos secos. Los días que tengo ansiedad, mucha fruta y frutos secos. Sobre todo nueces, porque tengo que romperlas y eso me supone un pequeño freno mental, tengo que entretenerme en partirlas. En almuerzos y cenas, mucha legumbre y mucha verdura, preparada de diversa forma.
Me está sirviendo incluso para aprender a cocinar. Soy un paquete y no me gusta, pero algo he aprendido. Todo son ventajas.
Repito la idea por última vez: no siento que estoy haciendo un sacrificio. Solo como bien y hago algo de ejercicio. Siempre se dice muy rápido que para estar sano hay que comer bien y moverse, pero, ay, qué trabajito cuesta llevarlo a cabo.
Yo lo estoy haciendo. No es tan difícil, a pesar de tener un trabajo que me sobre el alma a veces.
Eso sí, vivo solo y no tengo hijos, así que mi posición es bastante cómoda en ese sentido. Todo hay que decirlo.
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