A mi familia se le ha ido de las manos el tema de los regalos de reyes.
En primer lugar mi pareja, conocedora de mi determinación de no comprar más libros de bolsillo y centrarme en buenas ediciones, me regala una edición ilustrada de Alicia en el país de las maravillas. Una edición verdaderamente preciosa de uno de los clásicos de la literatura universal que más me fascinan.
Pero la cosa no quedó ahí. También me encontré un tocadiscos, un tema del que os hablé hace poco, con dos vinilos: Brave enough de Lindsey Stirling y Legend de Bob Marley. El aparato, podríamos decir, es un «gama media», se oye divinamente y me encanta, aunque de momento no le voy a poner un buen equipo de sonido porque voy a alquiler por curso.
Me siento todo un sibarita y, no lo voy a negar, me encanta. Esa idea de disfrutar de la cultura en su mayor calidad, como dije en aquella entrada, me seduce muchísimo y, después de todo, no llego a cotas de pijerío que yo considero extremos (coleccionismo de objetos caros, por ejemplo).
No puedo evitar pensar que esto es demasiado, pero qué demonios, cada uno gastará según su economía y sus gustos, y esto que para muchos serán lujos innecesarios, a mí me tiene apasionado. Siempre siento una especie de necesidad de justificarme con estos temas cuando seguramente no hace falta.
¿Tendrá razón al final Daniel cuando me dice una y otra vez que acabaré con un Mac? He tenido un Samsung Galaxy S7 Edge en mis manos y no me seduce, pero… viendo por el camino que voy…
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