Hoy quisiera dejaros dos reflexiones breves desde un punto de vista docente, dos reflexiones bastante frecuentes en mí. Se refieren a los alumnos, nuestra materia prima, esos locos bajitos… y no tan bajitos.
Podría escribir muchísimo sobre ellas, pero creo que con estas pinceladas es más que suficiente. Qué le voy a hacer, a pesar de los altibajos, la profesión docente me parece muy bonita.
Nunca crecen
Los docentes siempre estamos en contacto con adolescentes. Entre 12 y 17, pongamos alguno más para los que repiten. Una vez pasado ese tramo, su crecimiento se nos antoja lejano, tan solo conocido por algún encuentro casual en el futuro, o si establecemos una relación más íntima con un alumno.
Esto, que puede parecer algo triste, puede ser también estimulante para un docente. Estar siempre en contacto con las nuevas generaciones, ver de cerquita cómo cambia el mundo, interesarse por sus puntos de vista y sus gustos.
A pesar de que la profesión docente es muy dura, me gusta ver este hecho como una fuente de la eterna juventud inagotable. Quiero contagiarme de su vitalidad y aprender de ellos mientras, si puedo, ellos aprenden conmigo.
Grandes personas en potencia
Cuando digo que soy profesor, una reacción habitual viene enmarcada con una afirmación tal como «yo sería incapaz de meterme en una clase con treinta adolescentes». Normalmente ese «adolescentes» suele ser algún insulto gratuito que no hay necesidad de reproducir aquí.
Esta reacción parte de una premisa tan extendida como falsa: todos los adolescentes son ruidosos, egoístas, pasotas y quién sabe cuántos atributos negativos más. Ante esto yo respondo con el enunciado que encabeza estos párrafos.
Sí, los docentes estamos a diario ante grandes personas en potencia. Grandes profesores, empresarios, científicos, militares o cualquier otro perfil que ellos elijan. No sabemos qué será de las personas que tenemos delante, y yo me conformo con que vivan su vida lo mejor que sepan con las herramientas necesarias para ello.
Deja una respuesta