Un día cualquiera en un aula cualquiera en un instituto cualquiera. El profesor de Lengua, cargado de burocracia atrasada y con montañas de trabajos y exámenes por corregir, llega al aula todo lo motivado que puede llegar. Después del correspondiente saludo, de confesar que no ha corregido los exámenes, de pasar lista y de otras cuestiones previas, se dispone a empezar la clase.
- Hoy empezaremos a estudiar la lírica del Renacimiento. ¿Os acordáis de lo que es el Renacimiento, no? En esta época hay autores que perfeccionaron la poesía en español, que experimentaron con temas y formas, que..
– Profe, ¿esto entra en el examen?
– Esto es una introducción. Tú escúchame y ya está, que estáis todos obsesionados con los exámenes. Decía que estos autores van más allá de lo que se había hecho anteriormente…
– Profe, ¿en qué página estamos?
– El viernes terminamos el tema 3, ¿no? Entonces, ¿en qué temas estaremos ahora? Quiero empezar a leer poemas pronto así que dejadme terminar la introducción, que no lleva más de cinco minutos y ya vamos camino de los quince… En esta época -el profesor se acerca a la polvorienta pizarra y anota «Características»- los gustos eran muy diferentes a los que hemos visto de la Edad Media. A los renacentistas le gustaba la naturaleza -silabea la palabra mientras la escribe en la pizarra.
– Profe, ¿eso se copia?
– Dios mío, llévame pronto…
El profesor explicó por enésima vez que ya no estaban en primaria, que ellos deberían ver cuándo algo es importante y cuándo no. También por enésima vez reflexionó sobre cómo el peso de una enseñanza que no requiere el mínimo esfuerzo de razonamiento por parte del alumno lastra cualquier mínimo intento de cambio.
Imagen: Teacher writing on blackboard, CC BY
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