La ceremonia de graduación para dar por finalizada mi Licenciatura de Filología Hispánica fue para mí casi como un rito de paso. Me di cuenta de que algo terminaba, de que todo iba a ser muy diferente a partir de entonces. Me propuse cambiar una serie de aspectos de de mi vida y de mí mismo, afrontar nuevos retos, y en este tiempo lo he intentado y creo que lo he logrado en buena medida. Aunque no haya experimentado un cambio radical (a estas alturas dudo que me pase algo así) creo que soy una persona diferente de la que salió de la Facultad de Letras.
Pero quedaba cuerda, aún quedaba camino, ese camino recto y sin muchos baches que había venido recorriendo durante toda mi vida. El objetivo siempre fue claro: ser profesor de Secundaria. La ESO, el Bachillerato y luego la Universidad, eran tramos que tenía que recorrer, tramos seguidos y seguros. Y aunque ya se acababa aún quedaba un tramo más, aún no tenía por qué preguntarme qué haría con mi vida. Tenía que hacer el Máster, y ese era el siguiente paso lógico y el único que iba a dar.
Y ese Máster acaba en menos de un mes. El último tramo del camino recto llega a su fin y delante de mí veo muchas bifucaciones, todas van al horizonte pero tienen destinos desconocidos. La cuerda acaba y aumenta la sensación de vértigo, la sensación de inseguridad ante lo desconocido. Se acabó el camino largo y fácil: ahora tengo que decidir de nuevo qué camino elegir, buscar el que me lleve al destino deseado pero sin rechazar otras posibilidades y, sobre todo, disfrutar del viaje y de las personas que me acompañen, conocidas y por conocer.
Es todo un reto. Pero quiero afrontarlo, tengo ganas de saber cómo será el resto de mi vida.
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