Hace no mucho tiempo, lectores y crítica coincidieron en que se compuso la mejor poesía de todos los tiempos y lugares. Quien la escribió, quienquiera que fuese, tuvo siempre inquietudes literarias, y desde temprana edad comenzó a leer clásicos de la literatura universal. Muy pronto empezó a escribir, primero sólo para si, sin que nadie supiera de su afición, hasta que por fin eligieron uno de sus manuscritos y publicó su primer poemario, al que siguieron muchos otros.
Dominaba todos los estilos y todas las formas. Escribía sencillo, enrevesado, verso libre, verso rimado, endecasílabos, octosílabos, usaba la metáfora con maestría. Con sólo proponérselo elaboraba el poema más oscuro, un poema que mantenía ocupados a los intelectuales años y años para intentar desvelar los entresijos de sus símbolos. Incluso llegó a escribir por encargo, ya que su facilidad a la hora de componer hacía que pudiera tratar cualquier tema, universal o particular. Todos se habían tratado con anterioridad, sólo tenía que buscar la referencia adecuada. Y conocía muchas, ya que había leído cuanto se cruzó en su camino.
Los círculos literarios adoraban sus versos, a pesar de que nunca explicaba nada sobre su obra. No daba detalles sobre su poética o su intención: simplemente creaba. Cada nuevo poemario se esperaba en el panorama nacional e internacional tanto o más que la novela del momento. Los críticos decían que, gracias a su pluma, la poesía estaba viviendo un segundo Renacimiento. La única manera de que le llegaran dichas opiniones era manifestarlas en su presencia, ya que también rechazaba leer publicaciones de los medios que se llamaban a sí mismos «especializados».
Sin embargo, si en el momento álgido de su fama le hubieran pedido escribir sus memorias, habrían tomado el tono de elegía. No hallaba su lugar en el mundo, y no lo encontraba en los libros como hiciera antaño. Tenía muchos conocidos, pero las conversaciones con ellos le parecían insulsas, sin interés alguno. Los temas siempre eran los mismos: el poemario de tal autor, la última novela de aquél otro que trataba sin gracia un tema muy manido. Ni siquiera había logrado mantener una relación, a pesar de las muchas propuestas y citas siempre rodeadas de los versos más hermosos.
Entonces lanzó su siguiente poemario. Esta vez había conseguido imitar con soltura la musicalidad de los dáctilos, y también hizo versos con rima interna. Una vez más los críticos alabaron su maestría a la hora de moldear el lenguaje a su antojo. Los más aguerridos, los pocos que se atrevieron a elaborar una crítica sincera aun a riesgo de ser excomulgados de los círculos más prestigiosos, opinaron que, a pesar de la perfección del verso, los temas volvían a ser los mismos de siempre. Estas críticas se sucedieron del mismo modo en el poemario posterior.
Uno de esos días en los que iba a firmar ejemplares a alguna gran superficie (según la editorial, para que los lectores pudieran admirar la pluma que escribe los versos que adoran), alguien le dijo, tras la obligatoria alabanza a su maestría formal: «Tu poesía está vacía». Estas palabras, sencillas pero cargadas de un lirismo trágico, se quedaron grabadas en su mente. Y aunque siguió por un tiempo con ese constructo al que llamaba vida, no las olvidó.
Tiempo después el panorama literario comenzó a reclamar nuevas obras pero, debido a su inactividad editorial, pronto se olvidaron. La crítica y los lectores, voraces consumidores de autores, volvieron su mirada a otros horizontes, aunque algunos círculos ansiaban su regreso y se preguntaban la razón de su retiro. Pero esta pausa literaria supuso el inicio de algo nuevo, algo nuevo y tan grande como una amistad sincera. Y tras esta amistad vinieron otras, y después una pareja con la que compartiría el resto de su vida; un acompañante que, para su sorpresa nunca había leído sus obras aunque conociera su nombre; un acompañante que entendió lo qué necesitaba con sólo mirar sus ojos, una persona que tuvo la infinita bondad de concedérselo.
Fue entonces cuando tuvo la idea sencilla que daría inicio a la que se consideró la mejor poesía de todos los tiempos y espacios. Pensó en escribir los versos que salían de su pecho del modo en que salían de su corazón, sin preocuparse de nada más. Cuando tuvo los bastantes como para hacer un libro con ellos, los presentó a su editorial como siempre había hecho, sin ningún tipo de explicación, bajo un breve título. La ansiosa maquinaria mercantil se puso de nuevo en marcha: se anunció su vuelta, se dieron fechas de publicación muy alejadas del día en que entregó el manuscrito, se lanzaron ediciones de todos los tamaños y colores de sus poesías completas y de cada poermario por separado. Y por fin la obra salió de su encierro forzado y llegó a las manos de críticos y lectores.
Tanto tiempo sin publicar ha eliminado su maestría a la hora de componer, dijeron quienes le volvieron la espalda para siempre. No es su mejor obra, un poemario irregular en la forma, dijeron los más; pero, a pesar de esto, su poesía por fin ha ganado algo muy valioso, una ausencia que pasó desapercibida en sus obras anteriores y que el título anuncia: vida. El poemario se llamaba Poemas de vida.
Creación: La mejor poesía
4 respuestas
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Mejor escribir con el corazón y el alma, sentir las palabras que estás escribiendo, salidas de lo más profundo porque un buen texto sin corazón no tiene merecida su aclamación.
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Muchas gracias por tu comentario, totalmente de acuerdo con tus palabras.
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Oye, apenas acabo de leer esto y me da algo de miedo pensar que escribí algo sumamente similar hace un par de días. Sin embargo, yo hablaba de música y el cuento no creo que vea la luz en meses o más.
Pues nada más vine a decir eso. Que no deja de ser un buen relato.
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Todos los genios pensamos igual ;) Es normal que este tipo de ideas coincidan, lo importante es la ejecución. Gracias por tu comentario, ¡y me alegro de que te guste!
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