En el mundillo de GNU/Linux hay una práctica habitual que consiste en cambiar de distribución (abreviado, «distro»), cada poco o cada no tan poco tiempo. A esto se llama «distro-hopping», literalmente «saltar de distro», por lo que a quien realiza esa práctica le llamo «linuxero saltarín». Y, en mi experiencia, todos los usuarios de GNU/Linux llevamos uno dentro.
Yo los clasifico en dos grupos (sé que las generalizaciones son malas, pero de otro modo esto no tiene gracia): los «controlados», aquellos capaces de aguantar en una distribución varios meses o incluso años; y los «profesionales», aquellos que no paran de probar distribuciones e incluso su PC está preparado para ello: tienen varias particiones para probar y usar varias a la vez, y formatean unas y otras para reinstalan cada poco tiempo.
Normalmente, estar en un grupo o en otro depende de varios factores, pero principalmente son dos (otra generalización): tiempo libre y aburrimiento. Cuanto más tiempo libre y más aburrimiento, mayores posibilidades de que el linuxero saltarín pase al terreno profesional.
El sueño de todo linuxero (van tres) es encontrar «la distro perfecta»: aquella que satisfaga todas y cada una de las necesidades del modo que cada quién considere mejor. Quedarse en una única distribución y sólo actualizarla cuando sea estrictamente necesario, porque acaba el soporte o por cualquier otro tema. No sé si los saltarines profesionales tienen esta motivación porque nunca me he considerado uno de ellos, pero sí que es un tópico entre usuarios de GNU/Linux.
Una vez introducido el concepto, voy a hablar del linuxero saltarín que hay en mí, y después realizaré una oda al salto de distros. Esta es una entrada larga porque las experiencias y reflexiones sobre estos temas prácticamente se me escriben solas.
El linuxero saltarín que hay en mí
Llevo siete años usando GNU/Linux. He pasado por Xubuntu, Ubuntu, Debian, Pardus, Chakra, Manjaro, Sabayon, quizá alguna más, y ahora estoy con OpenSuse. Algunas han durado poco en mi PC (días, semanas), otras bastante más (varios meses o años, aunque quizá con interrupciones). Puede que parezca un número alto de distribuciones, pero son pocas en comparación con los saltarines profesionales.
La cuestión es que las necesidades cambian. Yo he creído tener varias «distros perfectas» de las que os he mencionado anteriormente, y a todas las he abandonado, por una razón o por otra. Os voy a resumir más o menos mi proceso, contando solo con las distribuciones que he tenido instaladas: las que se prueban en Virtualbox (modalidad de «saltarín pasivo») realmente no cuentan, y ya esas ni las recuerdo, de tantas que he descargado.
- Con Xubuntu tenía mi Xfce, escritorio perfecto para mí en la época. Pero me cansé de tener que reinstalar cada seis meses o de actualizar la versión con miedo a romper algo, porque entonces me gustaba tener lo último, o de ver que no recibía el menor cuidado.
- Debian no me pedía reinstalar cada poco y funcionaba mejor. Seguía teniendo Xfce y todo lo que necesitaba. Pero Debian tenía (y tiene) congelaciones de paquetes de más de un año, y mis programas se quedaban muy desactualizados. Eso me comía por dentro, porque nunca me atreví con la rama Inestable y buscar un paquete actualizado era una fiesta de dependencias.
- Entonces leí sobre Pardus y me enamoré de KDE 4. Un escritorio robusto, donde cada pieza se comunica con la otra, ¡era perfecto! Me había cansado de que en Xfce cada elemento pareciera ir por su cuenta. Pero Pardus me iba mal (luego descubrí que lo que iba mal era mi ordenador, que tuve que reemplazar al poco).
- Volví a la estabilidad de mi Debian, pero tenía un KDE desactualizado (4.4, creo) que funcionaba bastante peor que el de Pardus (que tenía 4.6). Eran casi los inicios de este entorno de escritorio (ahora va por 4.12) y en la versión que tenía en Debian quedaban muchos detalles por pulir que estaban corregidos en 4.6.
- Entonces leí sobre Chakra. Una distro que se había independizado de Arch pero que conservaba su gran sistema de paquetes y que ofrecía el mejor KDE. Y lo ofrecía. Y me encantó. Pero no tenía nada de GTK en sus repositorios, tenía que subir yo los paquetes al CCR y compilarlos.
- Cansado de subir paquetes a CCR me pasé a Manjaro, que tenía el AUR original de Arch. Pero por aquel entonces Manjaro iba un poco atrasada respecto a Arch y se creaban problemas de dependencias y versiones. Luego Manjaro mutó sola, dejó de funcionarme (aún no sé por qué) y la dejé. Volví a Chakra, que era la distribución en la que recordaba haber estado más cómodo.
- Entre medias de este proceso, no recuerdo exactamente cuándo, tuve una incursión en Ubuntu por usar lo que todo el mundo usaba y por tener la mayor cantidad de software posible. Pero entonces ya se hablaba de problemas de privacidad con Unity (que funcionaba bien pero no me terminaba de gustar), ya Ubuntu iba por su camino separado de la comunidad, y de nuevo tendría que reinstalar o actualizar con miedo a una nueva versión en pocos meses.
- También leí sobre Sabayon, decían que era una de las distros más fáciles de usar y que tenía muchos paquetes. La instalé, vi que Scribus (con el que estaba trabajando entonces) no estaba en español y no tenía posibilidad de traducirlo, que en Firefox las tipografías mutaban (en serio, se veían horribles). Dejé reportados ambos bugs y salí corriendo.
- Este verano hice un tour de distribuciones, ya teniendo claras las ideas que expondré a continuación. Probé muchas distros, la mayoría en modo Live, y me quedé un tiempo en Kubuntu. Funcionaba realmente bien, pero volvía a ser Ubuntu, y no quiero nada relacionado con ellos.
- Mi último movimiento ha sido a OpenSuse, que tiene una gran cantidad de software (lo que no esté se incluye con repositorios de usuarios), y es realmente estable.
Nótese que mis saltos, la mayoría de las veces, poco tienen que ver con que la distribución no me funcione bien, ni tampoco critico la naturaleza de cada proyecto. Mis saltos se deben principalmente a paranoias de linuxero (o mejor dicho, paranoias mías y de nadie más) que quiere que cada detalle esté a su gusto.
Pero de nuevo me pica el gusanillo del linuxero saltarín. OpenSuse funciona muy bien, pero me da la impresión de que consume bastantes recursos, y su YaST (herramienta de configuración) es un mastodonte que tarda la vida en hacer cualquier operación (por suerte, la actualización de paquetes se puede hacer desde consola y tarda poquito). Que no es que funcione mal, pero me gustaría más si fuera de otra manera. Y así es cada vez.
Hay dos distribuciones que me están llamando poderosamente la atención: Mageia y Tanglu. La primera es derivada de Mandriva, mantenida por la comunidad, fácil de usar para cualquier usuario, estable, y parece ser que también tienen un buen repositorio. La segunda es derivada de Debian pero con el añadido de que los paquetes estarán siempre actualizados, no habrá congelaciones tan grandes, pero no las tengo todas conmigo porque es un proyecto muy joven. Sé que en un tiempo instalaré alguna de estas dos distribuciones. O las dos, una detrás de otra. Porque me conozco.
Mi proceso de salto
Ser saltarín controlado no tiene por qué ser malo. Simplemente tenemos que garantizar las mayores posibilidades de éxito siguiendo ciertos puntos, que pueden variar según preferencias. Los míos son los siguientes:
- Tener separada la partición con el directorio personal o de datos. Hay quien pone el directorio de usuario en el sistema y tiene una partición de datos aparte, a mí me gusta conservar la configuración de mis programas y tengo una partición donde está el directorio personal con todas las configuraciones de programas y mis datos.
- Informarse bien antes de instalar. Sobre el gestor de paquetes (¿apt-get, pacman…?), repositorios (¿trae paquetes no libres, hay repositorios de usuarios…?), configuración del sistema (¿tiene su propia herramienta, hay que hacerlo a mano…?), etc. Incluye prueba opcional en VirtualBox o en modo Live.
- Usar un escritorio universal. En mi caso, Plasma. Es siempre el mismo, da igual lo que esté debajo. Lo mismo ocurre con Xfce. Pero (y aquí me puedo equivocar) con Gnome Shell podemos tener problemas, Unity es casi solo de Ubuntu, Cinnamon y Mate no están en todas las distros… Si usamos un escritorio propio de una distro en concreto, podemos encontrarnos problemas al saltar, y tener que acostumbrarnos a algo totalmente distinto (aunque quizá buscamos eso).
- Minimizar el tiempo de la primera configuración. Esto se consigue con una lista de tareas comunes y de programas, habituales y no tan habituales, para no perder tiempo más adelante cuando queramos hacer algo y nos encontremos que no tenemos instalado ni configurado lo que toque. Lista de tareas y de programas, porque los comandos pueden variar entre distribuciones.
De este modo, mi proceso de salto es: conocer la distro destino por encima, saber si tiene KDE, instalar, acostumbrarme a su forma de trabajar (paquetes, repositorios, configuración), instalar programas y configurar hardware. En muy poco tiempo puedo volver a mi uso normal del ordenador en un sistema totalmente nuevo.
Oda al linuxero saltarín
Todo linuxero (o buena parte, yo lo he hecho) ha dicho alguna vez que «esta es la definitiva». «Voy a quedarme en esta distro porque tengo todo lo que necesito y punto». Pero siempre hay alguna otra que llama más la atención, por lo que ofrece, por la forma de trabajar, por cualquier motivo. Y entonces empieza a verle pegas a su propia distro. El linuxero saltarín vuelve a resonar en su cabeza.
¿Y por qué siempre queremos callarlo? ¿Por qué no aceptamos que siempre estará ahí y le damos cancha de vez en cuando? Aceptar que queremos cambiar por cualquier cosa y disfrutar del proceso. ¿Por qué tenemos que acallar la vocecita que dice que cambiemos, si solo los usuarios de GNU/Linux tenemos la oportunidad de probar diferentes sabores de un mismo sistema? Los usuarios de Windows y Mac no tienen esa opción, su sistema es único, sólo tienen una forma de hacer las cosas y no pueden elegir ninguna otra. La variedad de GNU/Linux es su mayor virtud. Si me preguntaran por qué cambio tanto de distro, mi respuesta sería: porque puedo.
Sin embargo, hay que encontrar el modo de ser saltarín moderado. Al menos, tener tiempo de usar la distribución que se acaba de instalar, conocerla un poco, acostumbrarse a ella. Las saltarines profesionales instalan y parece que estén pensando en la siguiente, se pasan el día formateando su PC en lugar de usarlo. Hay que encontrar un punto medio: aceptar que tenemos la oportunidad de cambiar pero disfrutar del proceso y de la nueva distribución, poder paladear las diferencias entre el sistema anterior y el actual.
Por último, no podemos olvidar que este deporte del salto de distro es sólo para gente con el suficiente tiempo libre mezclado con cierto grado de aburrimiento. Si trabajamos o tenemos entre manos un proyecto importante de cualquier índole, el ordenador se tiene que convertir en la herramienta productiva que es, no en un terreno de experimentación. En caso de necesitar el PC «para producción», como suele decirse, es mejor optar por una distro estable, con un largo tiempo de soporte, que nos garantice ciertas actualizaciones de versión y de seguridad sin sacrificar estabilidad.
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