Nunca he entendido demasiado a quien hace parte de su personalidad la afición por algún producto o marca. Esto me ocurre porque mi nivel de afición nunca ha alcanzado unas cotas elevadas por absolutamente nada. Pero aunque no lo entienda, lo respeto y empatizo. Hasta que ese afición se convierte en una defensa a ultranza del producto o marca que corresponda.
Alguna vez he hablado aquí de Harry Potter. Quizá es la saga de libros barra películas a los que más afición he tenido en mi vida. Los tres primeros libros los leí múltiples veces de pequeño, también me encantan las tres primeras películas. Y aunque con la edad (y porque Rowling no deja descansar su creación) me haya dado cuenta de los problemas que tiene la saga a nivel narrativo, su mundo (las casas, las varitas, etc.) me sigue pareciendo muy rico a pesar de los años y de los problemas que le he visto.
Sin embargo, eso no quita que, con mis 35 años de edad, vea las acciones de Rowling (muy vinculada con la transfobia) e intente (al menos, intente) no darle más dinero.
Mucha gente no actúa así. Mucha gente es consciente de lo problemático y sigue pagando por pura afición. No me parece criticable aunque no lo comparta. Pero no puedo conectar de ningún modo con quien defiende a personas o empresas multimillonarias que proveen aquello de lo que se es aficionado. No es solo que paguen por sus productos sino que defienden sus decisiones o acciones.
El caso más paradigmático que se me ocurre de esto es la guerra de consolas, una expresión que nos suena a los noventa (el pique entre Sega y Nintendo), pero que realmente nunca terminó, tan solo ha cambiado de actores. Tú eres nintendero, tú eres fan de Sony, yo prefiero Xbox… y defiendo cualquier decisión de la compañía detrás de mi electrodoméstico favorito.
Podemos hablar de muchos más ámbitos. Películas, juegos de mesa, lo que sea. Siempre hay alguien dispuesto a pegarse por su millonario o empresa favorita.
Por más que algo sea importante para nosotros, por más que algo forme parte de nuestra identidad, creo que jamás deberíamos perder de vista una realidad muy evidente:
Las empresas están para ganar dinero.
No debería ser así. Podrían tener otros valores. Pero es lo que es. Su objetivo es ganar dinero, ya está. Cuanto más, mejor. Y si tienen que pasar por encima de sus clientes, lo harán y luego contarán billetes como si tal cosa.
Volviendo a la guerra de consolas, vemos prácticas cada vez más predatorias con los usuarios, sus compradores. Desde el precio de los juegos de Switch 2 o bloquear las consolas cuando ven algo sospechoso, necesitar una suscripción para acceder a juegos antiguos o dejar sin soporte juegos online de pago son solo algunos ejemplos que se me ocurren sin pensar mucho.
Y habrá usuarios que defiendan estas prácticas.
Está muy bien que amemos la cultura, está muy bien que formen parte de nosotros. Pero a quien hay que darle las gracias en serio es a las personas que lo hacen posible.
Yo estaré siempre agradecido a la Rowling de los 90 por escribir Harry Potter, a los editores y traductores que me permitieron disfrutar de sus aventuras, y a las personas que hicieron posibles las películas. A Warner como empresa, no.
Yo estaré siempre agradecido a las personas que trabajaron en tantos videojuegos que me gustaron. Pero a Sony o a Nintendo, no.
Al final todo se resume en lo mismo. Me interesa y me gustan las personas que hacen cosas. Pero vivimos en el sistema que vivimos, y para que esas personas hagan cosas que lleguen a mucha gente necesitan ese circuito empresarial horripilante. Muy bien, son las cartas que tenemos. Pero no olvidemos a quién debemos estar agradecidos como usuarios o público objetivo.
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