Llevamos unos años en los que diferentes perfiles se preguntan si pueden vivir sin smartphone de forma temporal o definitiva, y si todas las distracciones son lo mismo. En este texto quiero reflexionar sobre este asunto.
Algunos enlaces
Hace unos días, Greg Morris se preguntaba si todas las distracciones son lo mismo en torno a la conveniencia o no de un Boox Palma, un aparato del tamaño de un smartphone que, en realidad, tiene muy poquito de «smart». Esto me recordó a otro texto en el que Manu Mateos reflexionaba sobre los teléfonos tontos.
Este tipo de reflexión aparecen en la red desde hace ya bastante. Podemos leer textos como My Month Without a Smartphone o Living Like It’s 99: No Social Media, No Smartphone, con propuestas alternativas a los usos habituales. Incluso hay personas que renuncian del todo al smartphone Going NoPhone.
Mi caso
Este tipo de reflexiones, así como tantas otras que se pueden encontrar en vídeo o audio, llevan a cuestionarme si sería capaz de vivir sin smartphone y, más aún, si querría hacerlo. Y mi respuesta es clara.
No quiero vivir sin smartphone.
Sería capaz de hacerlo, claro. De hecho, lo hice hasta los veintidós o veintitrés años. Pero después de unos doce años de uso continuo, simplemente no quiero. Y no es que yo me considere una persona particularmente enganchada al teléfono: es, simple y llanamente, una herramienta que me permite acceder a mucho de lo que me gusta.
Con mi smarthpone puedo escuchar pódcast de gente interesante, ver vídeos de reflexión política o divulgación de videojuegos, leer feeds RSS o las reflexiones de las personas que sigo en Mastodon.
Podemos considerar esto como «distracciones». Pero mi punto de vista es que son distracciones con cierta utilidad o beneficio, alejadas de ese scroll para ver el siguiente vídeo corto. Por lo tanto, considero que no todas las distracciones son lo mismo.
Pero mi teléfono también me sirve para tomar notas rápidas, apuntar cualquier tarea que luego puedo consultar en mi ordenador, anotar citas en el calendario o grabar pódcast.
A veces también llamo por teléfono.
No tengo cuenta en las redes sociales generalistas más habituales pero paso mucho tiempo con el teléfono. Mi única consideración al respecto es no usarlo cuando estoy con otras personas, por pura educación. Más allá de eso, cualquier podría decir que miro mucho mi teléfono y es muy habitual verme con unos auriculares.
Convivir con el teléfono
Llevamos años viendo cómo culpabilizan a los teléfonos móviles de la falta de atención, de las distracciones, etc. Y aunque es evidente que el «doomscrolling» y las redes sociales generalistas hacen todo lo posible por atrapar nuestra atención de mala manera, creo que se hace poco hincapié en la necesidad del bueno uso de la tecnología.
No se trata de culpabilizar a nadie que use esas redes o se distraiga de modos que, a mi modo de vez, son menos provechosos que los míos. Al final hay un efecto red inmenso y todo está creado con un equipo de psicólogos inmenso que trabajan al máximo para monetizar y monitorear cada segundo que el usuario pasa en redes.
El teléfono es otra herramienta. Una muy poderosa y con unos usos habituales poco beneficiosos, pero una herramienta que podemos usar a nuestro favor. Es difícil y requiere sacrificios, pero es posible.
En conclusión
No me voy a pasar a un «móvil tonto» para tener menos «distracciones» porque mis «distracciones» me parecen convenientes y provechosas. Además perdería comodidad porque un aparato con menos funciones me obligaría a llevar libreta y boli para apuntar notas, tareas y eventos, un reproductor de música, una cámara de fotos e incluso un GPS.
Es una perspectiva que, aunque sea atractiva hasta cierto punto en lo teórico, no quiero para mí. Ya no. Prefiero ver el teléfono como una herramienta provechosa y fomentar esos usos beneficiosos.
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