Autocensura impuesta

La corrección política se nos come. Es un hecho cada vez más patente que estamos llegando a un sistema totalmente intolerante a la expresión de ciertos pensamientos porque cada vez hay más gente ofendida por cada vez más razones, y las redes sociales se han convertido en un deleznable altavoz para esta nueva ola de gente con la piel fina. Bajo estas circunstancias hemos llegado a un punto en el que nuestros abuelos, aquellos que lucharon por conseguir la libertad de expresión y que realmente arriesgaron su vida para conseguirla, se sorprenderían del punto al que hemos llegado.

El punto al que hemos llegado es el miedo a la represalia. El miedo a la persecución en redes, a la calumnia pública, al linchamiento. Y ese miedo del qué dirán es lo que nos lleva a autocensurarnos. Y lo peor de todo es que esta censura impuesta sobre nosotros mismos cada vez es más difícil de ejercer. Siempre hay alguien que se puede ofender o enfadar por cualquier cosa que se diga. Siempre habrá algún grupo minoritario que se nos eche a las barbas por lo que podamos decir. Da igual que hablemos de tecnología (luchas entre miembros de la comunidad del software libre, o de Apple), de política (los de izquierdas contra los de derechas, o los de izquierdas contra los de izquierda), de educación (los llamados innovadores contra los más tradicionalistas) o de sociedad, donde ya podemos ofender al colectivo elegetebeicumás, a los de cualquier etnia o región, y cualquiera sabe a quién más. Hemos llegado a un punto en el que incluso la libertad creativa se ha visto coartada, un punto en el que hay empresas de lectores sensibles para revisar tu novela y comprobar que, efectivamente, no ofende a cualquier minoría.

Y esto es algo que podemos ver en multitud de manifestaciones culturales: hoy en día es raro encontrar a cualquier producción medianamente importante donde no haya una mujer o alguien negro (¿puedo decir negro o es mejor «persona de color»?), lo cual no es ni mejor ni peor per ser, lo malo es la imposición de que tal cosa deba ser así. Baste con investigar un poco sobre el proyecto de Kingdom Come: Deliverance, donde su autor (con unas ideas políticas muy cuestionables), quiso hacer un juego medianamente realista con la época en la que se ambienta y que levantó muchas ampollas por no cumplir estas cuotas.

Habíamos llegado a un punto en el que la gente no tiene problema en internet en enseñar su rostro y decir su nombre y apellido, pero si esto sigue así, volveremos a aquel punto en el que nos escondíamos detrás de apodos y tomábamos medidas para no ser reconocidas, porque la cantidad de linchamientos que se dan en redes sociales es asombroso.

La autocensura es la peor de las censuras, porque al menos en un régimen totalitario uno sabe qué debe decir y qué no, y puede buscarse las mañas para decirlo a pesar de todo. Pero cuando uno se ve en la tesitura de tener que autocensurarse, nunca sabe por dónde le va a salir el siguiente ofendido que le indique que tal o cual punto es incorrecto y por lo tanto es tal insulto que el autor nunca había oído y por lo tanto debe ser quemado en la hoguera, con una virulencia de una persona que realmente desea el mal a la persona que escribió aquello con lo que no se está de acuerdo.

Y la libertad de expresión, esa que tanto nos ha costado conseguir, a tomar por saco.

PD: Creo que no me ha salido un texto demasiado coherente. Espero que el mensaje quede claro lo suficiente.

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Una respuesta

  1. […] no hay tales penas, pero sí el escarnio público e incluso la posibilidad de quedarse sin trabajo, lo cual lleva a la autocensura, que es el peor tipo de todos: el miedo al qué […]

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