El arte de molestar

Últimamente me está pasando algo muy curioso y es que, allá donde vayamos, nos encontramos o bien con niños dispuestos a dejarse los pulmones en el berrinche de su vida, o bien con lo que mi novia y yo hemos venido en denominar una singer.

Empecemos con los niños. Lo más habitual es encontrarse con infantes de corta edad con un llanto de tales decibelios que son capaces de romper los tímpanos del más pintado. Pero esto no es lo más grave que uno se puede encontrar (el llano de un niño es molesto, sí, pero es de las pocas formas de manifestarse que tiene un crío): más aún resultan esos chavales con pocos años más (hasta unos doce) que, como niños que son, tienen que jugar, correr y gritar, pero sus padres son tan despreocupados que no son capaces de llamarles la atención para que mantengan la compostura en lugares donde es necesario hacerlo.

Un caso que me pasó el año pasado se me quedó en la mente. Fui a cenar con mi madre y nos metimos dentro del local para estar más tranquilos. Pasado un rato entró un grupo de niños, cuyos padres estaban en la terraza unas cuantas mesas alejadas del sitio. Los niños, como niños que son, se dedicaron a jugar, correr y gritar, y por allí no apareció ninguno de los padres hasta que terminaron de comer. Llegaro a quitarme la silla en un momento que me levanté al servicio, en un despiste de mi madre.

La reprimenda del padre fue, en un tono condescendiente: «Venga, chicos, esta no es forma de comportarse en un restaurante». Que no digo yo que le diera una somanta de palos a los niños (que, insisto, son niños y tienen que jugar), pero qué menos que un par de gritos para ponerlos firmes. Los niños pasaron de la «reprimenda».

Por otro lado tenemos el apasionante fenómeno de las singer. Normalmente son chicas a las que, evidentemente, les encanta cantar, y que tienen el irrefrenable deseo de que todo el bloque las escuche, a pesar de que no atinen con una nota. Y lo dice alguien que tampoco atina, pero la diferencia entre gente como yo y las singer es que yo solo canto en la ducha, y para que no se entere nadie. Una singer puede estar horas cantando a grito limpio y no inmutarse. En español, en inglés, en francés, da lo mismo: ellas se atreven con todo y no entonan en nada.

El caso de las singer es menos flagrante porque, después de todo, las muchachas están en su casa y allí pueden hacer lo que les venga en gana, a pesar de que estar gritando durante horas no sea algo que me parezca civilizado. Sin embargo, el caso de esos niños que se dedican a molestar y a los que sus padres apenas amonestan me parece, simple y llanamente, falta de civismo y de educación.

Aunque cualquiera puede comprobar esto en muchas situaciones del día a día, hay una prueba muy sencilla: fijarse en cuánta gente deja salir antes de entrar a la hora de subir a un tren. Ya os lo adelanto: muy poca gente.

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