Dos grandes sombras de la profesión docente

Desde que tengo memoria, siempre he querido ser maestro. Cunado llegué a segundo de ESO, gracias a una profesora maravillosa, quise ser profesor de Lengua en Secundaria. Los caminos de mi vida me han llevado a ello porque siempre me ha gustado compartir lo que sé, y me esforcé al máximo para conseguirlo. Y ahora que llevo ya unos cuantos cursos trabajando puedo hablar de la profesión con conocimiento de causa.

Una necesaria introducción

En esta entrada me voy a centrar en dos puntos negativos que ensombrecen la docencia. Podría tratar muchísimas más, pero estas dos son las que me he encontrado este curso y las que más me han afectado (y me están afectando) a nivel personal.

Cabe decir también que yo no soy el primero, ni seré el último, que se queje de la profesión docente. Basta mirar en cualquier blog educativo para ver la cantidad de problemas que tiene la profesión docente. Como ejemplo más claro puedo citar un discurso de una profesora de Sevilla que se declara harta de la situación.

Quiero dejar claro, antes de nada, que lo positivo puede tener y tiene mucho más peso. El hecho de ver avanzar a tus alumnos, ayudarles, hablar con ellos, la satisfacción de una clase que sale bien… Al trabajar en contacto con alumnos, notar que te siguen, te comprenden e incluso que llegan a apreciarte, es tremendamente satisfactorio. Pero todo no es de color de rosa.

Como último punto aclaratorio, lo que diré a continuación se ve motivado porque llevo poco tiempo trabajando. Es de suponer que cuando pasen algunos cursos más podré relajarme, un poco al menos, pero veo que pasan los cursos y no llega el momento en el que pueda disfrutar más de mi trabajo.

Docentes burócratas

Esto es algo que, según compañeros más veteranos, se ve de un tiempo a esta parte. A mí, que llevo poco tiempo trabajando, me toca vivirlo en pleno apogeo, al igual que el hecho de dar veinte horas de clase en lugar de dieciocho.

Tanto las dos horas de clase más como la cantidad de papeleo que tenemos que rellenar nos deja a los docentes con una carga de trabajo interminable. Informes de preevaluación, informes de evaluación, estadísticas, actas de tutoría… Es mucho el papeleo al que nos enfrentamos, sobre todo a final del trimestre.

Y no solo se trata de la cantidad: también de la calidad. Cada vez exigen más detalle, más puntos que tratar, más datos, más estadísticas. Y la gran pregunta, la que nos hacemos muchos de mis compañeros y yo es: ¿realmente alguien se lee luego todos esos informes, además de la dirección?

En muchos centros hay un verdadero afán persecutorio por este tema.

Como digo, si fuera solo burocracia, de acuerdo. Pero tenemos que organizarnos, preparar clases, corregir exámenes y tantas otras tareas docentes cotidianas que, con tanto papeleo, uno llega a preguntarse cuándo le dejarán ser profesor. Porque si uno se planta, toma como bandera el argumento de que su trabajo es ser profesor y lo primero que tiene que hacer es atender las obligaciones con los alumnos, te meten prisa y te amonestan.

Salud o trabajo

¿Qué decide uno cuando se encuentra todo esto? No complicarse más de la cuenta. Es triste, pero es así.

¿Cómo voy a ponerme a innovar, si apenas me da la vida para corregir? ¿Cuándo vivo, cuándo veo una película, cuándo estoy con mi familia, cuándo descanso?

Porque sí, tenemos dos meses de vacaciones en verano, tres semanas en navidad y una en Semana Santa. Pero es que, si no tuviéramos esas vacaciones, os aseguro que acabaríamos más desquiciados de lo que ya terminan muchos. Hay que recordar que la docente es la profesión con más bajas por depresión.

Si ya tengo que encargarme de (pongamos) cinco grupos, con su preparación y sus correcciones, más el papeleo, supone echar muchas horas en casa. Muchas. Si además del trabajo necesario me echo sobre la espalda más trabajo por gusto, directamente no me da la vida para relajarme.

Y es una pena porque yo, al igual que muchos compañeros, quisiéramos tener más tiempo para innovar, prepararnos y hacer mejor nuestro trabajo. Como dice la profesora que enlacé antes, hay profesores que se piden reducción de jornada para hacer bien su trabajo. Es tristísimo.

Particularmente, después de haber trabajado tanto para llegar aquí, no voy a dejar que el trabajo me coma la vida, porque ya me la han comido los estudios. Tengo derecho a vivir un poco. Seguiré leyendo, seguiré formándome, cuando tenga tiempo y ganas propondré trabajos diferentes a la metodología tradicional. Pero que no puedo hacer más, ya me gustaría.

Conclusión

En el Máster de Educación Secundaria me enseñaron a programar unidades didácticas, ahora leo sobre metodologías innovadoras que me gustaría poner en práctica, y la realidad que me encuentro es que voy prácticamente día a día haciendo lo que puedo y dedicando muchas horas en casa para la preparación y la corrección. Creo que hago un buen trabajo, pero siempre quiero hacer más y veo que no puedo si no me dejo la vida en ello. Y no me la pienso dejar porque la vida está para vivirla y no para trabajar.

Estaré encantado de que se forme un debate sano en los comentarios para tratar este tema.

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Una respuesta

  1. […] introduciendo cambios en la clase de los que había estudiado en el máster. Lo que me encontré, como ya comenté en un artículo anterior, es un montón de burocracia que al final acaban comiendo más tiempo del que debería, grupos […]

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